martes, 9 de diciembre de 2008

Del Asociacionismo al Corporativismo


En 1857 se crea en Buenos Aires la primera organización obrera del país, la Sociedad Tipográfica Bonaerense. Esta primera forma de asociación obrera es consecuencia de la masiva ola de inmigrantes proveniente de Europa, italianos y españoles en su mayoría, que venían con aires socialistas y anarquistas producto de las revueltas sociales y políticas que aquejaban al viejo continente.
Claro está que ya nada queda de aquella organización, que respondía a los principios del asociacionismo promovido por los utilitaristas (liberales radicales) del siglo XVII y XVIII que creían que estas formas de asociación y organización daban lugar a una “escuela de de ciudadanía” (Tockeville, 1805-1859).
El número de gremios y sindicatos (en su forma originaria) fueron difundiéndose y aumentando su número a lo largo y a lo ancho del país, registrándose las primeras huelgas en la década del ’20 y del ’30.
Se podría decir que durante las primeras dos presidencias de Perón fueron parte de la base de poder del cual se sustentaba el gobierno, y tuvieron un papel fundamental a la hora de tomar decisiones públicas y políticas, por ejemplo para concretar la tan ansiada Reforma Constitucional de 1949. Reforma que escondía bajo los artículos de políticas sociales la reelección presidencial.
Tuvieron su gran devacle, siendo tal vez las instituciones más golpeadas, durante los últimos gobiernos de facto, a partir de 1976.
El retorno a la democracia fue significado de libertad y de expresión. Bienvenidas sean. Pero el decenio de los ’90 no hizo más que confundir y transformar esas libertades en un libertinaje barato sin control alguno por parte del Estado. Porque era justamente el Estado el que promovía la farándula política, mientras se cometían los mayores casos de corrupción de la historia, hasta ese momento.
Uno de los principios de toda organización gremial y/o sindical es la independencia y la autonomía total para con el Gobierno de turno. A partir de los ’90 se convirtieron en un brazo del menemismo, y actualmente del kirchnerismo, para concentrar más y más poder.
Reconozco que son muchos los casos en los que los trabajadores reciben grandes compensaciones y gruesos sueldos por sus trabajos. Y está muy bien. Pero cuando estos beneficios sólo encuentran como único objetivo la estadía en la cúpula del poder y la acumulación del mismo por parte de los dirigentes, dicha organización ha perdido sentido alguno. Se han convertido en corporaciones verticalistas, donde el trabajador ya no decide quién quiere que lo represente. Hay una dicotomía entre el dirigente sindical y el socio afín.
Ante el fallo histórico de la Corte Suprema de habilitar a "comunes" (personas no afiliadas a un sindicato) para poder llegar a ser elegidos como representantes de los trabajadores, cualquiera sea el sector, Hugo Moyano pareció despertar de su ensueño K al comprender lo que esto realmente significaba: perder más poder.
Hoy, y ante este acontecimiento histórico, los trabajadores tienen la posibilidad de hacerse escuchar y manifestarse a través de la elección de su representante gremial. Y recalco la magnitud de la decisión de la Corte, ya que no está obligado el poder judicial en hacer jurisprudencia en cuestiones políticas.
Un gobierno se renueva cada cuatro años, o como máximo puede gobernar unos ocho. Y de igual manera, la sociedad a la que representan y gobiernan no es ya estoica, sino que cambia continuamente.

Una gran masa de la sociedad, la obrera, va a comenzar a cambiar las reglas de juego. Y es algo en lo que, desde mi punto de vista, ni el gobierno ni los sindicalistas más poderosos están preparados para afrontar.

Por Juan I. Agarzúa
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juanagarzua@hotmail.com

martes, 2 de diciembre de 2008

Infamia, la urgencia de ser famoso


El avance de los medios de comunicación; el protagonismo que tomó en los últimos años la televisión, la radio, y el mundo de la publicidad en el seno de la familia; las nuevas opciones de manifestación pública que brinda Internet, son los hechos que han venido conformando en el imaginario colectivo una idea de ascenso social que prioriza la llegada a la fama, antes que la profesionalización, la escala laboral y/o intelectual. Se fue inculcando en grandes porciones de las clases medias sobretodo, la idea de asociar a la fama como una vía rápida de solución para todas las necesidades, indispensables y banales, que adquiere una persona de una sociedad moderna.
La constante exposición de figuras públicas, rodeados de lujos y comodidades, hacen parecer a la fama como un mundo que excede los asuntos cotidianos, como levantarse temprano, tomar el colectivo, el tren o el vehículo particular para ir a trabajar, ganarse el sueldo para satisfacer las necesidades básicas y en cuasi segundo plano las necesidades del ocio y el divertimento. La esfera pública es vista como una burbuja de fertilidad, inmersa pero distante de la podredumbre. Y sobretodo, esta idealización de la fama, oculta la realidad de la esfera pública, que es también gente que se levanta temprano, toma el colectivo, tren o vehículo particular para ir a trabajar y ganar dinero para satisfacer sus necesidades.
La constante urgencia de las personas por caminar los pasillos de la fama, es satisfecha muchas veces con una fama ficticia. Me refiero a los fotologs, los flickr, etc., que crean un mundo de frivolidad, donde se exponen solo rostros y cuerpos, y cada firma es una caricia al ego de los dueños de las bitácoras. Permiten vivir en un mundo virtual y perfecto, donde quienes suben las fotos, son “famosos” por cualidades natas, no se premia ni la inteligencia, ni el trabajo, el estudio, el arte, y hasta ni siquiera la belleza.
Los fotologs además, tuvieron tanto impacto en jóvenes que hasta crearon una tendencia, los “floggers”, que son los habitantes de ese mundo de virtualidad y perfección. Lo cual beneficia a las empresas que brindan los servicios como fotolog o flickr, que les permiten lucrar con la urgencia de los individuos por construir su propia esfera pública, en la cual ellos son los famosos, y los firmantes sus admiradores.
La otra forma de acceso fácil y rápido a la fama es también satisfecha por las instituciones que lucran en base a este sentimiento de escape a los problemas cotidianos. Son los reality shows, y los programas de escándalo o mal llamados de espectáculos. Nuevamente la gente puede acceder, algunos más fugazmente que otros, a la fama por hacer nada. Mejor dicho, por hacer lo que hacemos todos, levantarse, comer, hablar por hablar, pelearse con amigos o con su pareja, reconciliarse con amigos o con su pareja, etc. En los reality shows sobretodo, se premia la traición y la mentira. La infamia se presenta como un posible camino a la fama.
Esta creciente tendencia multiplica sus consecuencias. No solo que se crea una esfera pública más burda y chabacana, sino también, se cultiva en la sociedad la apatía por los asuntos que realmente importan y se priorizan cuestiones que deberían ser secundarias. Ciertos sectores de la sociedad se ven ajenos a la política y a los cambios sociales, y la única actividad cívica que les compete es la de meter un sobre a una urna cada cuatro años.
La política no la hacen los políticos, la hacemos todos, como la hicimos en el 2001, la sociedad y la política no son agentes separados. Seguimos siendo víctimas de una estrategia de artificio y farandulización de la política, impulsada desde los `90. Ordenar las prioridades es ordenarse como ciudadano, como miembro de una sociedad políticamente democrática, característica que nos da el poder de hacer valer las voluntades populares. En tanto y en cuanto no seamos conciente de lo que nos pasa, y no hagamos notar que somos concientes de los que nos pasa, nos dejamos a merced de los opresores, los que mataron a San Martín, a Belgrano, y a Mariano Moreno entre otros. ¡Que no haga falta otro 2001 para que reaccionemos!

Por Bruno M. Bordonaba

viernes, 28 de noviembre de 2008

Estado, cultura y mercado en Argentina

Advertencia al lector
Voy en contra de los que creen que no se pueden colgar post "largos" en los blogs, y haciendo lo contrario, combato la tendencia a caer el la liviandad y el poco compromiso con los temas, como frecuentan caer algunos blogs.
En el siguiente artículo se desarrollan argumentos y se citan a diferentes autores que opinan sobre la excepción cultural. Un tema que genera muchas controversias, y por ende va a despertar opiniones contrapuestas entre los lectores. Antes que nada, es necesario aclarar que cuando se habla de excepción cultural, se habla del papel interventor que tiene el Estado en la cultura nacional. Ya sea brindando facilidades a ciertos artistas (mediante subsidios, créditos blandos, etc.), o hasta aplicando aranceles, penalizando o censurando distintas manifestaciones culturales. Las posiciones que puede tomar el Estado como regulador de la cultura, despierta entre los agentes sociales diferentes posturas, que se desarrollan dentro de dos corrientes ideológicas bien definidas. Quienes creen en un liberalismo absoluto, es decir dejar a la cultura totalmente expuesta al libre desarrollo del mercado, o quienes optan por un completo intervencionismo estatal.
Los argumentos a favor o en contra de una postura específica son variados y muchas veces contradictorios. Entre los defensores de la excepción cultural, las principales explicaciones ideológicas que se escuchan son: que el Estado debe intervenir para proteger la identidad cultural nacional de un mercado imperialista, el cual, censura productos culturales por no cumplir los requisitos del lucro y la redituabilidad necesarios que él mismo exige. Por otra parte, los principales argumentos de los defensores del mercado yacen en la desconfianza que les genera quienes son los encargados de regular la cultura. Funcionarios burócratas, con sentimientos, pasiones y gustos, que pueden interferir peligrosamente en las delicadas decisiones que les otorga el Estado.
El siguiente trabajo hace un análisis constructivo del papel que debe adoptar el Estado frente a la cultura. Sin ahondar en los blancos o negros, el lector descubrirá una posición que defiende claramente las culturas nacionales, aunque sin entrar en un terreno en contra del mercado. Es decir, no ver la relación cultura-mercado como antónimos, sino como agentes que se complementen para esquivar las peligrosas manos de los extremistas, Pro-Estado o Pro-mercado.

Realidad y corrientes ideológicas

Como se explicitó en la introducción, la excepción cultural pone en relieve dos corrientes ideológicas bien definidas y sumamente opuestas. Antes de familiarizarse con cualquiera de ellas, es preciso recalcar la realidad actual de la cultura y el mercado, y por supuesto, la relación entre cada uno de estos actores.
Hablar de industrias culturales, ya no hace mención a un país o una nación específicas. Y evidentemente, tampoco se puede hablar en forma concreta de identidad cultural. Sobre todo en países de Sudamérica, en los que la “identidad cultural” es una mezcla de ingredientes de importaciones occidentales, que fueron inculcados, en parte por los inmigrantes y en parte por los caprichos de las elites sociales nativas. Mirar las fachadas de las casas y edificios del centro porteño, nos traslada en cierta forma a Francia, Inglaterra o España. A pesar de todo, las sociedades latinoamericanas han sabido colocar su sello, y por ende, hacer surgir producciones culturales con influencias europeas y latinoamericanas, que sin ninguna duda, deben considerarse como representaciones culturales que caracterizan a las naciones.
Luego de esta breve reseña histórica, está claro que la dominación y la imposición cultural no es algo nuevo, ni fue siempre impulsada por el mercado. Sino por las clases dominantes, las elites sociales que hacían culto al autoritarismo y a sus propios intereses sectoriales. Hoy, los defensores de la excepción cultural acusan al mercado de que sus decisiones sobre los productos culturales se hacen desde el autoritarismo y los intereses sectoriales, bajo conductas invasivas que atacan las culturas nacionales y las fuerzan a su desaparición. Y es más que importante destacar que este argumento está fundado de cierta manera en una realidad. José Luis Castiñeira de Dios, músico y director de orquesta argentino, en un congreso sobre cultura, citó un testimonio muy peculiar de un importante personaje de la industria cultural del cine:

“…Hace algunos años, Jack Valenti, que fue director de la Motion Pictures, que es el organismo comercializador de la cinematografía estadounidense, dijo en una entrevista realizada en Paris que la cinematografía estadounidense tenía el 90% del mercado mundial. Un periodista francés le preguntó: -Y con ese nivel de desarrollo, ¿qué más pretenden?-. Valenti lo pensó, sonrió y exclamó: -¡El 100 por ciento! Queremos que todo el cine sea norteamericano…”


La realidad actual de las industrias culturales muestra que la producción está sumamente concentrada. En Latinoamérica y países que no son potencias, las industrias culturales no existen o son auténticas PYMES, con pocas oportunidades de producción y difusión. En la mayoría de los casos los artistas están obligados a depender de empresas transnacionales para trascender sus obras a nivel internacional.
Los Estados más afectados por los efectos del mercado, realizan constantemente políticas intervencionistas que preserven las industrias culturales nacionales. En nuestro país el cine, el teatro, el patrimonio y el libro son regulados por el Estado, aunque no sólo mediante la Secretaría de Cultura de la Nación. Hay instituciones que también intervienen en las industrias culturales, como por ejemplo el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales), o las empresas que se encargan de hacer respetar los derechos del autor en la música, como SADAIC o ARGENTORES. Las decisiones de estos organismos muchas veces generan contradicciones, y son acusadas de violar los límites de la expresión pública, fijados por la censura. Al respecto, Mario Vargas Llosa, vuelca su poder de ironía en el siguiente análisis:

“…como el público en general es tan poco sutil y riguroso a la hora de elegir los libros, las películas, los espectáculos, y sus gustos en materia de estética son execrables, es preciso orientarlo en la buena dirección, imponiéndole, de una manera discreta y que no parezca abusiva, la buena elección. ¿Cómo? Penalizando a los malos productos artísticos con impuestos y aranceles que los encarezcan, por ejemplo, o fijando cupos, subsidios y rentas que privilegien a las genuinas creaciones y releguen a las mediocres o nulas. ¿Y quiénes serán los encargados de llevar a cabo esa delicadísima discriminación entre el arte integérrimo y la basura? ¿Los burócratas? ¿Los parlamentos? ¿Comisiones de artistas eximios designadas por los ministerios? El despotismo ilustrado versión siglo veintiuno, pues…”


La anterior reflexión del gran escritor latinoamericano es algo extremista, aunque tampoco deja de estar fundada, de cierta manera en la realidad. En nuestro país, la industria del cine está altamente subvencionada, ya que de lo contrario, la concentración de este mercado haría imposible que existieran películas argentinas. El fondo para los subsidios, parte los otorga el Estado, y parte son de un arancel al 10% de las ganancias, que se le cobra a determinados cines. Además, el INCAA creó una ley llamada “cuota de pantalla”, en la cual se le exige a todos los cines de la nación que proyecten cuatro películas nacionales por cada pantalla, y se las coloque en cartelera durante dos semanas. La paradójica imposición del Estado en la libre elección del público, es vista por Sebastián Valenzuela, gerente comercial del Village Cines, de la siguiente manera:

“… Forzar a que se exhiban películas que puedan no resultar atractivas al público puede ser contraproducente para la industria argentina… […]… Si la gente puede elegir lo que quiere ver, y encuentra atractivo en las películas, va a ir más al cine. Y cuanta más gente vaya al cine, el INCAA recaudará más fondos debido a que el 10% de cada entrada se destina al otorgamiento de créditos y subsidios a los productores nacionales. Como consecuencia de esto, se pueden financiar la producción de mayor cantidad de películas argentinas…”


En síntesis, este argumento muestra una gran contradicción. El INCAA, obliga la exhibición de películas nacionales sin importar la calidad de las mismas. Consecuentemente, si la película es mala, o tiene poca difusión, va a llamar menos la atención del público, que va a concurrir menos a ver películas. Si el público deja de ir al cine, el INCAA va a recaudar menos dinero para el desarrollo del cine argentino. La relación cultura-mercado, se torna contradictoria cuando el Estado intenta imponerse por sobre los gustos del público, quienes mantienen viva dicha relación.

Cultura-mercado y el público
Paradójicamente, en esencia ambas corrientes ideológicas tratan de evitar lo mismo, la censura de los productos culturales. Ambas, desde sus convicciones, lo cual hace muy difícil situarse en una postura específica.
Que el público disfrute de un buen libro, una buena película, una magnífica pintura no depende ni del mercado ni del Estado, depende de talentos individuales nacidos en cada nación. Talentos que crean vanguardias, movimientos, corrientes de expresiones que les dan significado a ciertos países. Esos son los verdaderos intereses y objetivos de las producciones culturales. El hecho de expresarse, de hacer públicas representaciones culturales individuales, ancladas en ciertos valores estéticos e intelectuales, que si bien delimitan las fronteras de un país, deben llegar a todo el mundo. Esto último es por lo que entendemos que una cultura tiene que ser universal, porque tiene que estar al alcance de todos, sin censuras ni preferencias. Sin embargo, muchos hablan de “cultura universal”, como medio para justificar el imperialismo. Tal es el caso de Vargas Llosa, que nos da a entender que la cultura universal, es como tal, porque no pertenece a ninguna parte, es de todos (dos conceptos muy diferentes que mezcla el escritor):

“…Si la misma idea de nación -un concepto decimonónico que ha perdido estabilidad y aparece cada vez más diluido a medida que las naciones se van integrando en grandes mancomunidades- resulta en nuestros días bastante relativo, la de una cultura que expresaría la esencia, la verdad anímica, metafísica, de un país, es una superchería de índole política que, en verdad, tiene muy poco que ver con la verdadera cultura y sí, en cambio, con aquel "espíritu de la tribu" que, según Popper, es el gran lastre para alcanzar la modernidad…”


Que el 90% del mercado del cine sea estadounidense es una actitud imperialista. No se está universalizando una cultura, se están suplantando unas producciones culturales rentables, por otras que no lo son tanto, las cuales corren peligro de extinción. Mario Vargas Llosa, luego de hablar de un concepto que no compartimos ideológicamente, vuelve justificar su posición de dejar a la cultura sometida al libre juego de oferta y demanda, argumentando en lo antidemocrático que resultaría un intervencionismo estatal:

“…No pongo en duda las buenas intenciones de los políticos que, con variantes más de forma que de fondo, esgrimen estos argumentos en favor de la excepción cultural; pero afirmo que, si los aceptamos y llevamos a su conclusión natural la lógica implícita en ellos, estamos afirmando que la cultura y la libertad son incompatibles y que la única manera de garantizar a un país una vida cultural rica, auténtica y de la que todos los ciudadanos participen es resucitando el despotismo ilustrado y practicando la más letal de las doctrinas para la libertad de un pueblo: el nacionalismo cultural…”


Si dejamos que el mercado se encargue de proporcionarnos la cultura. Con sus cupos horarios, sus rentabilidades, su concentración, sus intereses de sector, sus publicidades que generan modas, con su poder de difusión y por ende de convencimiento social, ¿acaso no es esto sumamente antidemocrático y despótico? Analicemos un caso hipotético: ¿Qué sucedería si un productor quiere plasmar la cultura mapuche en una película?, lo cual seguramente está lejos de ser el ideal de película que prefiere el mercado (éste preferiría "Un chiguagua en Beverly Hills”). Evidentemente, la película no tendrá lugar en ese agente tan particular y con tantos requisitos de ingreso. Estaríamos obligados a consumir un único tipo de producción cultural, la que más se asemeja a las características mercantiles. La siguiente cita, de un texto de Fernando Trueba, hace valer mi argumentación:

“…para que la libertad de elección del espectador exista hace falta primero que exista una oferta variada, que exista otro cine, y no sólo el de las grandes compañías americanas que controlan prácticamente todo el mercado audiovisual…”


Creo que se dejó en claro que el mercado tiene intereses diferentes, a los que consideramos primordiales en una producción cultural. Sin embargo, es importante destacar que, de forma contraria, un intervencionismo excesivo, puede limitar en la sociedad el consumo de producciones culturales extranjeras muy ricas. Por lo que estaría yendo en contra de mi argumento que la cultura es universal porque es para todos, no como cree Vargas Llosa, que es universal porque no tiene raíces ni distingue fronteras.
Desconcentrar al mercado es completamente utópico, y dar soluciones utópicas no es el sentido de este trabajo. Como ya se le advirtió al lector en la introducción, no vemos a la relación cultura-mercado como antónimos. Para que realmente no sea así, es porque ambos agentes se tienen que complementar. La excepción cultural debe servir para otorgar subsidios, créditos blandos y demás facilidades a los artistas, para que estos aumenten la calidad y difusión de sus producciones culturales. Es decir, que el Estado tiene que brindar las condiciones necesarias, para que los productos culturales nacionales sean cada vez más competitivos en el mercado. Para esto, es sumamente importante que el Estado no intervenga directamente sobre el gusto del público. La libre elección es fundamental para que no se violen los límites de la libre expresión. Sebastián Valenzuela, vuelve a referirse al público, cuando el Estado interviene en la cultura:

“…Cuando se dice que el mercado no ve cine argentino, en realidad están reclamándole a la gente que no está defendiendo la cultura del país por haber elegido ver una película extranjera en lugar de una argentina. Sin embargo, estamos convencidos de que en cada elección de la gente no hay banderas: el público disfruta mucho de películas argentinas al igual que de otras extranjeras…”


Somos fieles partidarios que en la elección del público “no hay banderas”. Si el público elige películas norteamericanas, por más chabacanas que puedan considerarse algunas elecciones, es porque éstas son de mejor calidad que otras producciones. Es decir, son superproducciones, con más financiamiento, más capital invertido y sobretodo con mayor difusión. Esto último es más que fundamental para formar el gusto del público, es una herramienta de manipulación. Si la excepción cultural, sirve para imponer películas nacionales de mala calidad y con poca publicidad, pues no sirve de nada. Vuelvo a repetir, la excepción cultural tiene que mejorar la calidad y difusión de las producciones culturales, de tal manera se logrará que éstas se posicionen mejor en el mercado. Así, el público elegirá las películas argentinas porque realmente son buenas producciones culturales, no por una ley despótica.

Conclusión y asuntos pendientes en la cultura
En este trabajo quedó plasmado que los límites del liberalismo, o del intervencionismo extremo, se dan cuando aparece la imposición. Ninguno de estos sistemas en su pureza garantiza que esto no aparezca, y consecuentemente, que no derive en censura y autoritarismo. Hay que dejar de ver la relación cultura-mercado como un antagonismo o como agentes opuestos, y sobre todo dejar al público exento de esta función. Respetar el libre albedrío, y por ende proteger los productos culturales nacionales desde su calidad y su difusión, no desde el despotismo.
Es importante tratar este tema, porque la cultura es lo que le da vida a las naciones. Les pone nombre y apellido y enriquece no solo a la nación, sino al mundo entero que la puede disfrutar. La cultura no se cuida sola, como afirman algunos extremistas, hay que ayudarla, el Estado como regulador, y el público como consumidor crítico, no un simple consumista que absorbe publicidad.En alguna parte del trabajo se nombró que muchas veces, las películas más vistas (como casi todas las industrias culturales), son burdas, chabacanas o de bajo nivel cultural. Lo mismo sucede con la televisión y los medios de comunicación masiva. Cada una “Caras y Caretas”, hay una “Paparazzi”, una “Pronto”, una “Semanario”, y la lista se puede hacer muy extensa. Lo mismo sucede con “Bailando por un sueño”, que a su vez se ramifica en muchísimos más programas que se dedican a repetirlo. De ninguna forma puede el Estado, desde una posición totalitaria, suspender o cobrar aranceles a los programas que el público cataloga de chabacanos, pero sin embargo, son los más vistos. En estos casos la excepción cultural tiene que partir de la formación ciudadana, formar ciudadanos cultos, críticos y no consumistas sin parámetros. Y en este punto estamos de acuerdo con Mario Vargas Llosa cuando dice que la educación tiene que ser la mejor herramienta de la excepción cultural. La que tiene que mostrar otras alternativas de consumo, para que el abanico cultural sea siempre más amplio, y las elecciones se hagan más democráticamente.
Por Bruno M. Bordonaba

domingo, 23 de noviembre de 2008

La última dictadura y la seguridad


“Los militares en el poder son más peligrosos:
Mienten más y roban más…
porque se levantan más temprano”
Eduardo Galeano

Cuando se habla de la dictadura de 1976/83 en la cotidianeidad, se repiten lugares comunes tales como, los desaparecidos, el “final” de la democracia, el modelo económico de Martínez de Hoz y la guerra de Malvinas. Son demasiados hechos, demasiado tristes, como para que se forme en las nuevas generaciones un imaginario colectivo con la suficiente valoración negativa a dicho período de nuestra historia, como para decir ¡nunca más!
Las nuevas generaciones no ignoran por completo la historia, y la sociedad argentina supo hacer valer la memoria, tanto desde talentos individuales e instituciones. No obstante, se está reproduciendo, sobretodo en los jóvenes de hoy, una razonamiento ficticio de vincular a la dictadura setentista como sinónimo de mayor seguridad. El comentario es: “Con los militares estábamos más tranquilos”, o alguno más moderado dirá: “Me parece mal todo lo que hicieron, por el tema de los desaparecidos, pero también es verdad que la gente estaba más segura, había menos robos, menos negros y eso”.
Hagamos un poco de historia, si durante el terrorismo de Estado había menos robos, es porque había menos marginalidad. Paradójicamente, todos los que integraron el mal denominado proceso de reorganización nacional, son el nombre y apellido de la intolerancia, la no inclusión social y la marginalidad. Recordemos con desprecio, el vaciamiento de la industria nacional, los compulsivos pedidos de prestamos a organismos internacionales, la inflación, y como solución a esto: el congelamiento de salarios a los obreros y la “ley de entidades financieras”, que favoreció a los deudores y especuladores, en vez de a los ahorristas y a los productores. La gran consecuencia de todo esto fue desocupación, pobreza y marginalidad. Los integrantes del último golpe de Estado, fueron los impulsores de un proceso de autodestrucción nacional, que trajo consigo una enorme inseguridad, que no se hizo tan evidente en el período 1976/83, y que luego, en los ’90, encontró su momento de apogeo.
¿Aún se puede seguir creyendo en la “mano dura” como solución a la inseguridad? La “mano dura” argentina, nos trae recuerdos de inoperancia e ineficacia, de desigualdad y pobreza. Es momento de buscar en la comprensión y la sensatez, en la inclusión y el bienestar social el plan de lucha para combatir la inseguridad.
Por otro lado, a los que frecuentan vomitar comentarios como los anteriores, creo que es válido recordarles otros comentarios como: “no digas nada, cuando vayas a la facultad no hables con nadie ni mires a nadie”. El sistema de proporción de justicia de la última dictadura se basaba en la exposición del terror, es decir, causar pánico y asegurarse de mostrarlo y ocultarlo lo suficiente para que la gente permanezca anonadada, ¿se puede llamar acaso a eso seguridad? La grandiosa escritora Pilar Calveiro se refiere a la “junta” como un Estado “burocráticamente criminal”, los centros clandestinos de concentración son el ejemplo de la institucionalización del crimen. Por lo tanto, la inseguridad que el Estado promovía, los que la asimilan con seguridad privada no se dan cuenta de que existía una amenaza aún más grande que el ataque privado, el Estado, el cual no tenía enemigos claros, ni vacilaba a la hora de hacer valer su idea de protección a la “nueva argentina”.
Vincular la última dictadura con la seguridad es el error más grande al que puede caer un país democrático. En aquella época no solo que se utilizaba la inseguridad como mecanismo de defensa hacia ellos mismos, más bien a las atrocidades que cometían. Sino que fueron los que comenzaron a cultivar un proceso que traía consigo inseguridad, la inseguridad que hoy padecemos y que la “mano dura” no la va a poder terminar. Hace falta “mente dura”, comprensión y sensatez.
Por Bruno M. Bordonaba
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brunobordonaba@hotmail.com

sábado, 15 de noviembre de 2008

"Give peace a chance"


La estimulación de una conciencia crítica de lo que pasa, esquivar la apatía e inculcar la necesidad de permanecer todo el tiempo en estado de vigilia y alerta. La protección de igualdad de opiniones y derechos, la igualdad por sobre todas las cosas. No caer en el nacionalismo estúpido y xenofóbico, en el que se resguardan y se excusan los opresores, los que no creen en la igualdad. La igualdad por sobre todas las cosas, la igualdad para darle una oportunidad a la paz. La paz por sobre todas las cosas.
Todo eso representa Lennon. En cada manifestación, en cada campaña, en cada afiche, en cada canción. El músico e intelectual le puso nombre y apellido a un movimiento que se desprende de cualquier similitud con manifestaciones anteriores o posteriores. Combatía desde la música, el activismo y la palabra, a un gobierno que fomentaba la matanza, la violación de derechos humanos y el sadismo. Un gobierno que creaba terror en las familias de los soldados estadounidenses y en las familias que vivían en Viednam. Que justificaba una guerra injustificable y sin sentido, bajo ideales absolutistas, totalitarios y de intolerancia ideológica. Se basaba en la criminalización del comunismo, tan solo para imponer un único sistema productivo, el que los iba a mantener como potencia absoluta.
Sin embargo Lennon no era comunista. No creía por ejemplo en la lucha armada, sería sumamente paradójico combatir un sistema que fomentaba la matanza y el terror, con medidas que también lo hicieran. Antes que cualquier aspecto, él veía la parte humana, y predicaba la paz. Lo que comenzó como una manifestación en contra de un nefasto gobierno, de un sistema específico, terminó como una enseñanza y un reclamo universal. Cometió errores como todos, tal vez se juntó con gente que no debía, y a partir de allí se comenzó a concretar como un peligro para el gobierno de Nixon.
Lennon sufrió varias amenazas, la CIA pinchaba sus teléfonos y lo seguía por la calle. Soportó un juicio que lo mantuvo, al igual que a Yoko, forzosamente exiliado de los Estados Unidos, juicio que ganó luego de cuatro años, el mismo día de su cumpleaños y del nacimiento de su hijo.
Al poco tiempo de haberle escrito una canción este, en la que decía que soñaba con verlo ser mayor de edad. Al poco tiempo, el gobierno de los Estados Unidos se cansó de promulgar leyes en las que permitía el robo y el espionaje según el Estado lo determine, y de iniciar juicios antidemocráticos. Se cansó, y decidió terminar con el problema de la peor manera.
El reelecto presidente Nixon contribuyó una vez más a la destrucción de una vida y la desarticulación de una familia. Lennon fue asesinado el 8 de diciembre de 1980. Y aunque si bien terminaron con la producción de sus canciones y con sus hermosas locuras, no lograron matarlo del todo.
Por Bruno M. Bordonaba

sábado, 8 de noviembre de 2008

The dream comes true


El 4 de noviembre fue un día histórico para Estados Unidos y el mundo. No solamente por la asunción del primer presidente afroamericanos, en uno de los países históricamente más racistas. Sino por los que representa Barack Obama, luego de los nefastos ocho años del republicano George Bush.
No se puede agregar mucho de un presidente que aún no asume. Simplemente profundizar algo que más o menos dijo Andrés Repetto: Estados Unidos vive momentos difíciles, tiene que salir de la crisis financiera más grande después de Wall Street, y resolver el conflicto bélico con Irak. Sin duda este el momento en que Estados Unidos debe legitimizar su poder en el mundo. El poder no es solamente el arte de la dominación y el reconocimiento mundial, sino también admitir y solucionar errores adquiridos por negligencia propia. Este es el momento en que Estados Unidos debe ir en contra de sus principios, hacer un gesto de grandeza, retirar las tropas de oriente, y empezar a recordar con más afecto a Lord Keynes, y a Franklin Roosvelt.
Me quedo con el conmovedor llanto de miles de afroamericanos que creyeron en el sueño, y con la concurrencia histórica de estadounidenses a las urnas. La asunción de Obama, no es solo un gran paso en la lucha contra el racismo y la discriminación. Sino también el ejemplo viviente de que la gente quiere realmente un cambio, que cree en un cambio, un cambio más humanista, que comience a repensar ciertos aspectos capitalistas.
Por Bruno M. Bordonaba

miércoles, 29 de octubre de 2008

De herencia a... ¿identidad cultural?

Hay que preservar la identidad cultural nacional. Cuando el Estado interviene en estas cuestiones, y protege a la industria cultural del mercantilismo imperialista y censurador, siempre hace eco de esta primera frase: hay que preservar la identidad cultural nacional.
Entre más acuerdos que desacuerdos que tengo con la excepción cultural, este argumento en particular, es sumamente difuso y relativo. ¿Qué música escucharía una persona con identidad cultural nacional? ¿Mercedes Sosa, Charly García, León Gieco?, o quizás ¿Papo, Almafuerte y Sumo? Algunos también preferirán a José Larralde, Atahualpa Yupanqui, Los Chalchaleros; otros seguirán escuchando viejos temas de Gardel, Discépolo y Goyeneche; y hasta hay quienes creen que no hay nada más autóctono que Damas gratis o Los pibes chorros. Y a pesar de la heterogeneidad de prácticas culturales en estos casos arquetípicos, todos se visten de identidad cultural nacional.
Haciendo un análisis más detallado, la cosa se pone más confusa. El primer grupo pertenece al Rock and Roll, que tiene sus orígenes en Inglaterra, y el segundo grupo es de una derivación más heavy del mismo género, lo cual tiene sus cimientos en Norteamérica, más bien en Estados Unidos. Ni siquiera el folklore tiene raíces en América; la zamba, el carnavalito, el pericón, son fusiones de otros ritmos más antiguos que ya se bailaban y escuchaban en España y algunos sectores de Europa. Sin duda el Tango despierta un fuerte sentimiento de argentinidad, sobre todo porque su historia se fue forjando paulatinamente en Buenos Aires, (Un argumento a favor de Sarmiento, que de antes que existiera el Tango, ya afirmaba que más que cultura nacional, hay cultura Rioplatense) antes de penetrar en países limítrofes o el mundo. Aunque si bien su gestación fue en Argentina, el detonante de su conformación fue por influencia de inmigrantes Europeos, sobre todo desde Alemania, de donde se heredó el bandoneón. Por último, la “cumbia villera”, un género de dudoso origen, que tiene influencias colombianas, caribeñas (de allí la fusión con el reggaeton), y hasta estadounidenses, ya que se mezclan sonidos de rap y hip hop.
En las demás industrias culturales, hablar de identidad suena también difuso. En la década del ’40 y ’50, la Argentina era una especie de Hollywood latinoamericano, sus películas eran muy vistas sobre todo en Chile, Perú, México, Cuba y Centroamérica. De todas maneras, los primeros experimentos en el cine se hicieron primero en Inglaterra y luego en Estados Unidos, que actualmente concentra con sus productos el 80% de las ventas en el mercado. Por lo que tampoco se puede hablar de esta industria como identidad cultural.
Los edificios más antiguos de nuestro país, los reconocidos como patrimonio histórico que le dan identidad a la urbe, son en su mayoría de arquitectos franceses o ingleses. Sobre todo el primer país, fue el más influyente no solo en esta rama de la cultura, sino también en la moda y en la literatura, hasta la querida revolución del boom latinoamericano.
El asado, el locro y el mate también lo disfrutan los uruguayos. La cultura mapuche, la de los querandíes, tehuelches, etc., no sobrevivió a los genocidios, arrebatos y desprecios que copiamos de la corona española. Y es esta en realidad nuestra identidad cultural, (aunque no sea la que nos representa hoy), es la que creció en esta tierra, y no se heredó ni se aclamó de nunguna parte.
Por otro lado, Argentina no sufrió lucha de clases, ni una revolución burguesa. La “identidad cultural nacional”, en realidad es una mezcla de ingredientes de origen occidental que recibimos, por un lado de los barcos de inmigrantes, y por otro de los caprichos de las elites sociales criollas. ¿Se puede llamar acaso "identidad", a algo que fue impuesto por sectores dominantes?. En menos de dos siglos de historia hay que hablar de cultura nacional, y de protección a los magníficos representantes de nuestra cultura de los dientes de la concentración cultural, que adopta una forma mercantil antes que de expresión personal. No podemos meternos en el terreno de la identidad, la cual es sumamente relativa si se la compara con países fundantes de movimientos culturales, o países que absorbieron dichos movimientos, como casi toda Sudamérica.
Por Bruno M. Bordonaba

miércoles, 15 de octubre de 2008

Reformulación del concepto de ciudadano

Ser ciudadano argentino, antes que nada significa poseer 18 años y poder votar. Pero lo más importante, es que uno uno puede gozar de los beneficios que le corresponden por su ciudadanía argentina. Entre los más básicos, podríamos incluir, alimentarse, abrigarse, curarse y hospedarse. Englobemos todas esas palabras en una sola: vivir. No sobrevivir.
Partiendo de esos derechos, luego podemos nombrar otros fundamentales: educación, deporte y recreo. Sin duda, el primero, pilar para que un país crezca de manera federal, y no a merced de intereses extranjeros, privados o sectoriales.
Si queremos un cambio de cultura, una refrescada de cabeza en el ciudadano, primero hay que redefinir el concepto de ciudadano. Uno no puede ser más ciudadano si tiene 18 años y todos los octubres cada cuatro años deja un sobre en una urna. ¿Qué beneficios adquiere como ciudadano, el argentino que vive en las villas del Chaco, Jujuy, Salta, etc.? ¿Acaso se lo puede llamar ciudadano argentino, solo por compartir una extensión geográfica que se llama Argentina? Creo que tenemos que tener un país de ciudadanos argentinos, no personas argentinas.
Los preferidos de las campañas electorales, los más necesitados del sistema, los vomitados del sistema, están pidiendo a gritos ser ciudadanos argentinos. Y cuando digo ciudadanos me refiero a poder comer, abrigarse, dormir en una casa todas las noches e ir a la escuela, como mínimo. Antes que tener 18 años, votar, y que usen su nombre con una falsa connotación para un discurso que se lo lleva la brisa más leve.
Los Estados Unidos, intentan destinar 700 mil millones de dólares, para rescatar a unos cuantos especuladores. ¿Cuánto de este dinero podría transformar en ciudadanos a tantas personas? Y con esto no intento descalificar el paradójico rescate estadounidense, simplemente es una mera comparación para saber cuales fueron siempre las prioridades de este mundo.
Por Bruno M. Bordonaba

martes, 7 de octubre de 2008

El rechazo a la política


- ¿Escuchaste el discurso de la presidenta?
- No, pero para que lo voy a escuchar si dicen siempre lo mismo y después no hacen nada
- ¡Chorean!, eso es lo que hacen. El pueblo se caga de hambre y ellos manejan Ferraris y usan marcas Louis Vuitton. Peronistas y radicales; se pelean y después se sientan a comer juntos.
- Son todos la misma mierda, lo peor que lo seguimos votando.

¿Quién no escuchó alguna vez esta conversación? En el taxi, en el colectivo, con el portero del edificio, cuando va a comprar cigarrillos al kiosco, en cualquier ámbito donde la política se imponga como tema de conversación, nunca falta alguna frase del diálogo anterior.
Es verdad que hay políticos corruptos, la mayoría, la minoría. Siempre los hubo, y con esto lejos estoy de hacer una naturalización de la corrupción en la política argentina, no es mi intención. Casi doscientos años de historia nos han enseñado en creer en la democracia, en no poder verla, en volver a creer en la democracia. En ser el granero del mundo, en creer en una industria joven y pujante, en ser los peones del mundo. En creer en una educación comparable con Francia, en ver videos en “Youtu” de chicos golpeando maestros. Nos enseñó que no pudimos caer más bajo y había que empezar a mirar para arriba.
El aburrido y reiterado diálogo del principio no es culpa de quienes los pronuncian. Y aunque parezca algo que tiene los años de la patria, no lo es, o por lo menos con la cotidianeidad que se lo escucha. El rechazo ideológico a un gobierno electo, es una práctica que fue cultivando cada gobierno militar. El rechazo a la gestión y a la legitimidad de los gobiernos democráticos, es una práctica que se interiorizó en el ser nacional desde comienzos de la última dictadura. Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, fueron algunos de los encargados de hacerlo en forma mediática.
Aunque la mayor culpabilidad se la atribuyo al menemismo. A “la gran década”, la de la pizza con champagne. Cuando la corrupción a su máximo exponencial, la naturalización de lo que no es natural y la farandulización de la política fueron los que nos inyectaron ese rechazo a la política.
Diputados, senadores y funcionarios públicos en el sillón de Moria, María Julia Alzogaray era tapa de revista luciendo sus caros tapados de piel. El presidente cometía infracciones de tránsito con su Ferrari yendo a Mar del Plata. El organismo más importante de un país parecía un capitulo de los “Simpsons”.
Ver a una persona durmiendo en la calle era “natural”, al igual que ver un delito o un niño pidiendo monedas. Se naturalizó la pobreza, la indigencia y la inseguridad a tal punto, que aún lo vemos como algo de todos los días, algo normal y eso imposibilita el indispensable entusiasmo de cambio que la población debería tener.
Coimas en el senado, “diputruchos”, empresas nacionales que se rifaron, el tráfico de armas, algo no muy diferente a la valija del “turista” venezolano, la efedrina, el baño de Felicia Miceli, por nombrar los casos más conocidos.
Los diarios, las revistas y la televisión se alimentan de la decadencia institucional argentina y la escupen con cinismo e ironía. Lo que también influye enormemente en el discurso del ciudadano.
El rechazo a la política, es producto de todo lo dicho anteriormente, lo cual está muy sintetizado. No se puede cambiar el pasado, pero si la manera de pensar. Hay que volver a capturar el interés por la política. El primer paso lo tiene que dar el ciudadano, con la formación de una conciencia cívica crítica, lejos del partidismo clientelista y de los intereses sectoriales.
Por Bruno M. Bordonaba

jueves, 2 de octubre de 2008

Por la defensa de nuestro territorio y nuestra soberanía


El Estado, respondiendo a teorías occidentales, es una abstracción, no existe de un modo tangible. Es un ente político-legal regulador de un modelo social. Y todo Estado debe contar con, por lo menos, tres elementos esenciales como son territorio, población y soberanía. Estos elementos en conjunto determinan el interés vital de todo Estado, que es la supervivencia del estado nacional como unidad política dentro del sistema internacional. Ahora bien, si alguno de estos tres elementos flanquea, es posible que el interés vital, y por lo tanto la integridad misma de la Nación, se vean afectadas.
Desde hace poco más de un mes comenzó a circular un e-mail con asunto ‘PROTESTE YA! – CQC Territorio Argentino’ en el cual se informa que en mayo de 2009 vence el plazo para presentar ante la ONU la extensión de 200 a 350 millas la plataforma continental y que el Gobierno aún no ha presentado dicho proyecto. Por otra parte, continúa el e-mail, Gran Bretaña ya presentó sus proyectos y mapas e incluye en los mismos a la Isla de los Estados (Tierra del Fuego) y otras extensiones del mar antártico. Es decir, estamos hablando de más de 3 millones de km cuadrados de territorio, claro está, argentino.
Como es un tema que, como argentino en general y estudiante de Relaciones Internacionales en particular, me preocupa mucho, me dedique a informarme en el tema y ver qué de cierto tenía este e-mail. La respuesta fue desalentadora. No solo Gran Bretaña elaboró este proyecto, sino que en la nueva Constitución Europea aparecen las Islas Malvinas y el territorio antártico argentino-chileno como parte de Europa. Sí, Europa.
El conflicto por la soberanía de las Islas Malvinas surge en 1833 cuando, en épocas de paz internacional, una corbeta de la Marina Real británica apoyada por otro buque de guerra que se encontraba en las cercanías, amenazó con el uso de fuerza superior y exigió la rendición y entrega de la plaza del Puerto Soledad. Tras la expulsión de las autoridades argentinas y los pobladores, el gobierno inglés, en 1834, asignaría a un oficial de la Armada para que permaneciera en las islas y recién en 1841 tomaría la decisión de ‘colonizar’ las Malvinas, nombrando un gobernador.
El acto de fuerza, que se realiza sin que mediara comunicación ni declaración previa alguna de parte de un gobierno amigo de la República Argentina, fue inmediatamente rechazado y protestado. El gobierno argentino pidió explicaciones al Encargado de Negocios británico, que no estaba al tanto de la acción de los buques de su país. El 22 de enero (1834), el Ministro de Relaciones Exteriores presentó una protesta ante el funcionario británico, que fue renovada y ampliada en reiteradas oportunidades por el representante argentino en Londres. Las presentaciones argentinas tropezaron con respuestas negativas de parte del gobierno del Reino Unido.
La cuestión quedó pendiente y así lo reconoció el Secretario de Asuntos Extranjeros británico en 1849. Por el lado argentino continuó planteándose en distintos niveles del gobierno y fue objeto de debates en el Congreso de la Nación. En 1884, ante la falta de respuesta a sus reiteradas protestas, la Argentina propuso llevar el tema a un arbitraje internacional, lo cual también fue rechazado sin dar razones por el Reino Unido. La última confrontación entre nuestro país e Inglaterra nos dejó un saldo de decenas de pibes que murieron más por hambre y frío que por balas enemigas, en el último intento de la dictadura por querer justificar su accionar.
Realmente no se qué es lo que se está haciendo en materia de Diplomacia y Relaciones Exteriores. Fue nula durante la gestión de Nestor Kirchner (sin contar que nos peleamos con todo el planeta menos con Chávez) y la actual gestión se baña en humildad y a la vez se ríe del derrumbe de la ‘burbuja’ capitalista y se jacta de tener un Estado lo suficientemente estable como para que la crisis que se avecina en 2009 no nos haga ni un cosquilleo (sic). Pequeño error, considerando que Chile y Brasil (los países más estables y fuertes de nuestra región) ya están tomando medidas para hacerle frente a lo que se cree será el segundo crack del mundo luego del ’29.
Y ustedes se preguntarán, ¿de qué le sirve a la Argentina extender en 150 millas la plataforma continental? La respuesta es sencilla. En 1992 se firma el CONVEMAR (Convenio sobre los Derechos del Mar), donde se estableció que cada país deberá hacer el estudio correspondiente sobre el subsuelo marino adyacente a sus costas, para luego presentar el proyecto de extensión de su dominio hasta las 350 millas. Con ello, cada país aumentaría las posibilidades de explotar recursos naturales oceánicos, no en el agua pero sí en el subsuelo marino. Es decir, estamos hablando de extender nuestras fronteras para la exploración y explotación de recursos naturales.
Para extender la soberanía a las 350 millas (por la ley del mar son 200 millas a partir del mar territorial) era imprescindible cumplir con los pedidos de la ONU referidos a la investigación geológica, sísmica, biológica, geotérmica, etc. En 1997 se creó por Ley Nacional 24.815 la Comisión Nacional de Límite Exterior de la Plataforma Continental (COPLA), cuyo objetivo es llevar adelante el estudio correspondiente y elaborar una propuesta definitiva para establecer el límite exterior de la plataforma continental.
Asimismo por Decreto N° 1541 de fecha 6 de diciembre de 1999, se declararon de interés nacional las tareas asignadas a la COPLA. Por otra parte en el año 2000 se dictó el decreto 752 que aprobó el plan y presupuesto de los trabajos para fijar el límite referido, dado que la propuesta definitiva de la Comisión sería presentada antes del 31 de diciembre de 2005.
Una vez completado el informe, Argentina estaría en condiciones de reclamar derechos de soberanía sobre una superficie equivalente a aproximadamente 1.400.000 kilómetros cuadrados (más de la mitad de su territorio continental) mediante la fijación del límite exterior de su plataforma continental.
Han transcurrido más de diez años de la creación de la COPLA y sin embargo hasta la fecha no se ha tenido noticias de la presentación referida. En este aspecto, los diputados Eduardo Macaluse (SI-ARI Buenos Aires), Delia Beatriz Bisutti (SI-ARI Ciudad Autónoma de Buenos Aires), Leonardo Gorbacz (SI-ARI Tierra del Fuego) y Verónica Benas (SI-ARI Santa Fé) presentaron un proyecto de resolución en la Cámara Baja el día 5 de mayo del corriente, solicitando información acerca del avance que tiene el informe en rigor. Hasta la fecha no han recibido respuesta alguna.
Nuestro país, además de poder reclamar por vías del Tratado Antártico y la Ley del Mar, tiene otras argumentaciones:
- HERENCIA (Tratado de Tordecillas, 1494);
- DESCUBRIMIENTO (primer avistage, 1817);
- PROXIMIDAD GEOGRÁFICA (las prolongaciones del continente y la Antártica es de 1000 km., por lo que es el punto más cercano entre dos costas – Nueva Zelanda duplica esta distancia y África supera los 3000 km.-);
- CONTINUIDAD GEOLÓGICA (América del Sur y la Antártica están formadas por el mismo cordón montañoso);
- OCUPACIÓN PERMANENTE (desde 1904, la Argentina cuenta con presencia ininterrumpida en la Antártica);
- ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA (relacionada con la base instalada en 1904 donde se encuentra una oficina de correo, y más tarde una estación de radio; además la actividad científica y técnica ininterrumpida), y
- RESCATES (el primero se produce en 1903, la corbeta ‘Uruguay’ rescató en pleno invierno al buque científico sueco ‘Antartic’)
Tuve la gran oportunidad como estudiante de esta magnífica carrera, de viajar a la Capital a la sede de nuestra Cancillería y al ISEN (Instituto del Servicio Exterior de la Nación). Nos recibió un joven egresado (no se presentó en ningún momento), y ante la pregunta de cuál era el estado de este informe requerido por la ONU, nos contestó que lo que decía ‘ese e-mail’ (en ningún momento lo nombramos) era todo mentira, y que la COPLA ya había terminado con el informe.
Una vez más el paralelismo entre Argentina y el País de Cristina de las Maravillas, se hizo notar. Lastimoso. Estamos hablando de defender nada más ni nada menos que nuestro territorio y nuestro derecho soberano por sobre esas tierras. ¿En qué estamos pensando?
Por Juan I. Agarzúa

domingo, 28 de septiembre de 2008

El paso a paso del reconocimiento social y estatal.

Luego del nefasto golpe de Estado, del cual aún sufrimos sus secuelas de forma socio-económica. La presidencia más larga de nuestra historia, que nos dejó sin patrimonio nacional, en dependencia casi absoluta de intereses extranjeros, y con la tasa de desocupación e indigencia en aumento. El golpe knock-out que sufrimos en el 2001, fecha que los efectos finales, no por eso impredecibles, de la paridad cambiaria impulsada por Domingo Cavallo, forzaron la devaluación y sus inevitables consecuencias. Los bancos, acostumbrados a altas tasas de interés, retuvieron las reservas en dólares de los ahorristas formando el popularmente conocido “corralito”. Los precios subieron de forma inversamente proporcional a los salarios, como nunca se había visto. La pobreza y la desocupación crecieron en largo y ancho, es decir, que no solo había más pobres, sino que los que ya eran pobres se hicieron más pobres. La brecha entre los que menos tienen, con los que más, se hizo más larga y la clase media tendía a desaparecer. La crisis fue producto de un proceso de autodestrucción nacional, que se venía cultivando de hace 25 años. Y los más perjudicados, fueron los de siempre.
La movilización del pueblo en repudio a la crisis era comparable a la de la década de 1880, con la presencia de radicales, socialistas y anarquistas. El grito era uno solo, “que se vayan todos”. Cacerolazos y piquetes. Protestas dignas y oportunistas, que con la excusa de que tenían hambre robaban televisores. Lo más destacable fue la aparición en el tejido social de nuevos actores: piqueteros, juntas barriales o vecinales, el retroceso a los principios de la economía con los trueques, el cual llegó a emitir una moneda relativamente fuerte (bono trueque), y los cartoneros.
Los piqueteros se transformaron en funcionarios del gobierno. Las juntas y el trueque desaparecieron. Sin duda, que los cartoneros fueron los que sobrevivieron con más fuerza y se expandieron muy rápidamente en la sociedad argentina, sobre todo en Capital Federal y el conurbano bonaerense. Hoy, hay 40.000 cartoneros jefes de familia, que según las estadísticas mantienen a más de 100.000 miembros. Son el engranaje fundamental de un negocio que forman parte 114 galpones que acopian y revenden todo lo que se recolecta, y 40 grandes empresas metalúrgicas, papeleras y fabricantes de plástico, que completan la cadena comprando la materia prima a los galpones.
El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, primero rumoreó la idea de devolverles la dignidad y reinsertarlos a la sociedad como mozos, electricistas, mecánicos y taxistas. Lo que más bien era no reconocerles la dignidad como cartoneros y tampoco insertarlos a la sociedad, sino transformarlos en un modelo, un ideal de persona que cumplía los complicados requisitos de entrada a la sociedad.
Ahora, existe un proyecto de transformar a los cartoneros en “recolectores urbanos”, se les entregarían uniformes, guantes, obra social y se le pedirían aportes jubilatorios, además se le otorgarían 200 pesos extra por dejar su zona limpia, lo cual intenta también disminuir el trabajo infantil en las calles. De esta forma se les devolvería la dignidad, aceptando su trabajo, que de hecho es muy digno teniendo en cuenta la fundamental importancia que tienen los cartoneros para la subsistencia de grandes empresas. Solo queda esperar que se cumpla.
¿Qué ideas y posturas les despiertan esta nueva iniciativa del gobierno de Mauricio Macri?


Por Bruno M. Bordonaba

lunes, 22 de septiembre de 2008

"Fueron y son las mieles de sus panales"


En los negocios como en la política, que también está llena de negocios y negociados. Cuando alguien está pasando por una situación difícil, por suerte empiezan a aparecer los amiguismos. Sobretodo en Latinoamérica.
“Nos educaron para pelearnos entre nosotros”. No se pudo haber referido mejor Eduardo Galeano hacia los habitantes de ésta parte del continente.
Hoy, en el pueblo hermano de Bolivia regresan, o al menos eso quieren algunos sectores de la sociedad, las contradicciones y las injusticias sobre los primeros pobladores de la tierra. Una vez más, el aparato de poder conformado por los que más tienen y los intereses extranjeros, estrangula con furia los valores de la democracia.
El gobierno democrático y con gran aceptación popular, del descendiente incaico Evo Morales, se encuentra a merced de voces egoístas que quieren su destitución y fomentan terribles confrontaciones entre el pueblo contra el pueblo. La zona menos carenciada de Bolivia, la zona norte, es la que manifiesta pública y descaradamente sus deseos de golpe de estado y justifica estas reacciones en la indignación que produce tener un presidente “negro”, “colla” o “indio”. Precisamente en la tierra de Tupac Amarú.
De forma paralela, se ponen en juego intereses políticos a nivel internacional, que no son los del pueblo boliviano, y hacen que otros países del mundo se sumen a golpear a la democracia.
Por otra parte, a kilómetros de distancia, suena con fuerza la voz del amiguismo latinoamericano. El presidente Hugo Chávez, con la verborragia y la falta de diplomacia de siempre con la que encara su gestión, dirige mensajes bélicos a Estados Unidos, su principal enemigo en la lucha contra el imperialismo y su mejor amigo a la hora de vender petróleo. Quien compra buques a Rusia y aumenta el presupuesto bélico en el nombre de Simón de Bolívar le advirtió a “Mr. Danger” que deje en paz al pueblo boliviano y que en caso contrario le está dando pase libre para operar militarmente.
Por momentos pienso que Chávez quiere guiar una guerra mundial entre Latinoamérica y EE.UU, como si ésta fuera la solución contra el imperialismo o contra “algo”. Cuando pongo los pies sobre la tierra, me doy cuenta que su actitud altanera y prepotente de conducir sus relaciones internacionales, no son más que parte de su estrategia mediática y figurativa de mantener su poder y su aceptación popular, tanto en Venezuela como en Latinoamérica. Sobre todo lo primero, lo cual ya lo tiene poseído.
En temas tan sensibles, como son los que está atravesando Bolivia, son cuando más hay que distinguir entre victimas y victimarios, descartar los amiguismos y apreciar más que nunca la libertad y la democracia, que es con la cual se come, se educa y se cura. Fuerza Bolivia.
Por Bruno M. Bordonaba

viernes, 19 de septiembre de 2008

Si no hay reforma moral, no hay reforma política

Se quiera o no aceptarlo, el rechazo a la resolución 125 marca un antes y un después en nuestra sociedad. Los cuatro meses de conflicto trajeron aparejado un sentimiento nacionalista que no se vivía, tal vez desde la recuperación de la democracia. El pueblo, callado por largos años, salió a la calle y se reavivó un debate nacional ante los ojos atónitos de funcionarios y legisladores de la Nación.
A dos meses de una parcial resolución del conflicto, parece que nada ha quedado de aquellos días. Ante nuestras narices, día tras día se descubren casos gravísimos de corrupción y sólo los diarios más opositores y argumentadores en contra de la gestión de Cristina Fernández continúan publicando sus investigaciones referidas al olvidado caso Skanska, el multimillonario gasoducto del sur, la carencia de radares, el creciente gasto público, el default de fin de año. Pero nada parece alertar al ciudadano.
¿No se dan cuenta que la actual administración del Estado no es más que una resaca menemista? Lean, lean, lean. Está adelante nuestro, se escucha, se percibe. No me voy a poner en el gastado papel del típico crítico de Tinelli y su monstruo Ideas del Sur, porque sólo me queda sacarme la galera y felicitarlo por ser un excelente empresario que sabe qué es lo que busca y le gusta al público. Y ahí se centra la cuestión. El público. Que es lo que genera que sea más importante un streap-dance que el bochornoso caso de Antonini Wilson y los casi u$s 800.000 para la campaña de..¡Sí! Cristina Fernández. O que sólo esté cubierto el 10% del espacio aéreo argentino mediante radares para que no salgan a la luz la infinidad de pistas de aterrizajes clandestinas; y que nadie de la ciudadanía se altere por tal cuestión.
Durante varios años, y hasta no hace mucho, mis críticas estaban orientadas a los funcionarios del Estado. Hoy me doy cuenta que estaba equivocado y llego a la conclusión de que acá hay un único culpable y es el ciudadano. Es éste el que le atribuye todos sus pesares al Gobierno de turno, y claro está, nunca se va a hacer responsable ni reconoce que hay una unión directa entre él y el funcionario ‘X’, ya que fue el mismo quién lo puso en ese lugar. Me estoy refiriendo a la extensa mayoría que hoy habita nuestro país, obviamente no englobo a la minoría racional y coherente.
La Sra. Presidente planteó el Pacto del Bicentenario. Un tanto ambicioso a mi entender si es que seguimos recorriendo el mismo riel que hemos estado transitando por estos años. Primero que nada, hay que lograr un contrato con nosotros mismos. Un contrato civil que requiere la subordinación de los intereses particulares y en donde cada uno de nosotros se une a todos y a nadie en particular.
Pero para lograr esto, es imprescindible una fuerte cuota de educación en general y de enseñanza política en particular. Y enseñanza política como formación ciudadana, no como partidismo. Claro que uno puede elegir militar en un proyecto, siempre y cuando tengamos en claro qué es lo que queremos para nuestra Nación. Y, perteneciendo a distintos partidos políticos o no formando parte de ninguno, debemos generar una Voluntad General que no sea la suma de los intereses de cada uno, sino que logremos un consenso para con nosotros mismos y para el bienestar y progreso de nuestro país.
Mientras continuemos en este vaivén de proyectos políticos sin base ideológica alguna o sustento en la racionalidad - y repito, producto del voto popular - es difícil que logremos un cambio radical, tan necesario para nuestra Nación.

Por Juan I. Agarzúa

martes, 16 de septiembre de 2008

Ese maldito escuadrón de nuestro populismo mundial

Sin duda esta es una nota que se alojaría mejor en la sección “un café con Dios”, por lo indignante de la cuestión y por el “remar contra la corriente” que representaría un cambio de pensamiento, lo digo con total seguridad, en más de la mitad del país, acerca del tema que voy a tratar.
Con motivo del Bicentenario de la patria, la Argentina va a tener el honor de ser parte de uno de los eventos culturares más importantes a nivel mundial, la Feria de Frankfurt del 2010. Un encuentro de la industria editorial en la que participan 7200 expositores de 100 países y la Argentina ese año será la “invitada especial”. Un país latinoamericano, que al igual que toda América tiene una historia escrita con sangre de saqueo, arrebato y desprecio de su cultura por no ser acorde a la de la “elite”, y que aún sufre el aplastamiento y sustitución de su cultura por herencia extranjera a causa del imperialismo, tendrá en el 2010, fecha del Bicentenario de la Patria, la posibilidad de mostrar a los ojos del mundo, en la “cuna de la elite cultural” sus más altos exponentes del género literario.
Para la ocasión, la Sra. Presidente Cristina Fernández decidió que la exposición se proyecte en torno a aquellas figuras del extenso abanico cultural que resalten el ser nacional, el sentimiento de argentinidad, o más bien aquellos nombres que se vomitan de manera automática y por asociación cuando decimos “Argentina” en el extranjero. Estos nombre son: Diego A. Maradona, Eva Duarte de Perón, más conocida como “Evita”, Carlos Gardel y Ernesto “Che” Guevara.
Si bien no termino de comprender bien, por qué Maradona es la figura de un evento literario, no caben dudas que de todos los elegidos, es el que agrupa de forma más masiva el sentimiento nacional, por lo que significa ser el futbolista más grande de todos los tiempos en un país tan futbolero, que aún se le pone la “piel de gallina” cuando revive aquel gol que Diego le convirtió a la selección de Inglaterra en el mundial de México ‘86, a tan solo dos años de haber perdido la nefasta guerra de Malvinas.
“Evita” y el “Che” son los elegidos más controversiales de todos, ambos despertando sentimientos extremadamente opuestos en el pueblo argentino. Evita, en el día de su muerte, por un lado, no hubo un rincón del país en el cual alguien no haya derramado una lágrima por la ella (también es imposible que no se ponga la “piel de gallina” cuando vemos imágenes o videos de ese momento, y las masas que movilizaba la llamada “abanderada de los pobres”) y de la vereda opuesta, se había puesto de moda una de las peores frases de nuestra historia: “que viva el cáncer”. Respecto al “Che”, pocos de los que usan una remera con su cara, saben siquiera porqué luchó y murió. Se ha transformado en el personaje más estereotipado y favorito del marketing y el marchandacing. Nada aportó a nuestro país más que herencias de poderosos y jóvenes ideales que se fueron desdibujando con el tiempo y se los fue comiendo la moda y el oportunismo.
En tanto a Carlos Gardel, primero tendría que aclarar, que desde mi punto de vista, es un personaje que representa más a la bohemia porteña rioplatense, que a la argentinidad en sí, aunque es solamente un punto de vista. La realidad es que a comparación con los demás elegidos, es el que más se asemeja con la cultura argentina, por lo que representa el tango en nuestro país.
Lo concreto, es que es ridículo que en un evento de literatura no haya escritores. Es paupérrimo que a la hora de elegir representantes de nuestra cultura, se opte siempre por el repetido escuadrón del populismo mundial, que pareciese adaptarse perfectamente a cualquier situación, en vez de por la cultura es sí. Dejando en un segundo plano figuras como: Julio Cortazar, Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Rodolfo Walsh, Manuel Puig, Héctor Oesterheld, Osvaldo Soriano, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, José Hernández, Esteban Echeverría, Domingo F. Sarmiento, Juan B. Alberdi, Mariano Moreno entre muchos otros, todos íconos de la cultura argentina y latinoamericana.
A nivel nacional, ya se respira cada vez más fuerte el frívolo aire del desinterés cultural en la población, y las principales causas son, primero la pobreza, la indigencia y el bajo nivel educativo, que hoy lo recibimos de forma naturalizada desde la década del ‘90. Luego la decadencia mediática que absorvemos todos los días. A nivel internacional, si en eventos como este, no tomamos en cuenta a quienes realmente hicieron algo por la cultura de este país, definitivamente ya empezamos a inclinar la cabeza hacia abajo, y a sentir cada vez de más cerca el frío del suelo. Y para ello contamos con todo el apoyo del poder ejecutivo.

Por Bruno M. Bordonaba

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Antes que nada: comer y educarse, luego imitemos al mundo

En la pulseada contra el tráfico y consumo de drogas, las naciones del mundo han optado por diferentes estrategias para combatir la amenaza, lo cual ha generado infinitas polémicas en poblaciones que se quiebran ideológicamente entre los que están a favor o en contra de la despenalización de drogas. En nuestro país, existe un proyecto de ley impulsado por el ministro de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, Aníbal Fernández, que consiste en imitar a muchos países del mundo que ya han despenalizado el consumo de drogas. El objetivo de la sanción, que aún no llegó al Congreso, aunque cuenta con el apoyo del Poder Ejecutivo, es disminuir el tráfico y consumo de estupefacientes no criminalizando al consumidor, sí al traficante. "No estamos fomentando la droga, pero no hay que criminalizar al adicto. Los que tienen que ir presos son los que la venden, los que trafican", afirmó el ministro Aníbal Fernández.
Argentina es el mayor consumidor de cocaína de América Latina, además de poseer una ubicación privilegiada y de suma importancia para el tráfico de esta sustancia, que proviene de los países andinos y tiene como destino Europa. Sin embargo, uno de los mayores problemas ligados al narcotráfico se encuentra sin duda dentro de las zonas más pobres y más olvidadas de nuestro territorio y se llama “paco”. El “paco”, que se instaló en nuestro país con total masividad desde la crisis del 2001, está destruyendo familias por su alto grado de nocividad sobre todo en chicos menores de 15 años, quienes son sus principales consumidores. En mi opinión, su consumo no va a disminuir con la implementación del nuevo proyecto de ley, ya que esta droga que se prepara con residuos de cocaína – entre otras sustancias -, no es un simple vicio que se transformó en adicción, sino que es la que reemplaza un plato de comida todos los días, la manera de no sentir hambre. Por lo tanto, mientras los desamparados del Estado no coman ni puedan educarse, el "paco" va a seguir existiendo y su despenalización es la “solución” fácil para desligarse del problema.






Por otra parte, cuando el ministro Aníbal Fernández dice: “'Para nosotros es muy importante, ya no quedan dudas de cuál es la decisión tomada para seguir avanzando. Es lo que está haciendo el mundo: una fuerte política de prevención, tratando de que ninguno caiga en la situación de consumo de cualquier sustancia'' (haciendo mención a la iniciativa de despenalización). Habría que ponerse a pensar si únicamente con medidas de prevención al consumo el índice del mismo disminuiría, en un país con gran corrupción policial y escasos programas de tratamiento para los adictos, en especial de bajos recursos ya que los eficaces o de mejor calidad son muy caros y resultan impagables para muchas familias. Más aún, y volviendo a las palabras del ministro, “siguiendo lo que está haciendo el mundo”, espero no tener que ver, en unos años a mi país invirtiendo en infraestructura para crear un centro estatal que inyecta estupefacientes a los adictos como forma de prevenir el contagio de enfermedades por el uso de una misma jeringa, como es el caso de Holanda, país que hace ya varios años tiene despenalizado el consumo de droga.
Más allá de que me parece que la implementación de este proyecto de ley es aceptar el problema, y no darle una solución, estoy en cierta forma de acuerdo con la idea de no criminalizar al consumidor, no caben dudas de que no es un criminal, sino un enfermo, pero sí estoy de acuerdo con que hay que penalizarlo aunque no de la misma forma que un ladrón, un asesino o un violador. Con una fuerte inversión en infraestructura, tendrían que existir en nuestro país internados obligatorios contra la adicción, que dependan más de especialistas y médicos que del poder judicial, para ayudar
a personas que realmente poseen este problema y reintegrarlas a la sociedad, como son los niños de ocho años que fuman “paco”, no alguien que ocasionalmente se fuma un “porro”, así de tal manera también se brindaría una solución para la superpoblación de las cárceles y se clasificaría óptimamente los realmente enfermos de los que no lo son. Combatir al traficante únicamente es un grave error de comprensión del círculo vicioso que es el tráfico de drogas, cada vez hay más narcotraficantes porque cada vez hay más consumidores, por lo tanto tiene que existir un plan de lucha diferente para cada parte del círculo, los que la venden y los que la toman.
La despenalización de las drogas no es la salida al problema, solo la aceptación hostil del mismo y todos tendríamos que concientizarnos de esto para mostrar disconformidad ante el proyecto de ley y exigir menos corrupción policial, más eficacia en los controles fronterizos y el espacio aéreo argentino y un proyecto acorde a las necesidades del país contra el tráfico y consumo de drogas.

Por Bruno M. Bordonaba

jueves, 21 de agosto de 2008

Una solución federal para los problemas porteños

Buenos Aires es cada vez más grande, pero a medida que crece se va haciendo más pequeño y por ende más inhóspito, inseguro, sucio, ruidoso y conflictivo. Aunque al mismo tiempo único e indispensable.
Argentina, con un proceso de urbanización sumamente acelerado a comparación con los demás países de América Latina, es una de las naciones más desiguales en la distribución de la población. Somos 36 millones de personas aproximadamente, de los cuales se concentran en la zona del Gran Buenos Aires (Capital Federal y partidos que la rodean) más del 30% de los mismos, cerca de 11,5 millones de personas. Completando el podio aparecen el resto de la provincia de Buenos Aires
con algo más de 5 millones de habitantes, y las provincias vecinas (al norte) de Córdoba y Santa Fe,
con poblaciones en torno a los 3 millones. En fin, el 62% de la población vive en tres provincias, que representa un superficie que no alcanza el 22% del total de la República.
En Capital Federal y el Conurbano Bonaerense, el servicio de transportes públicos es lamentable, quienes los usan viajan como ganado, sobre todo en las horas pico. Hay constantes demoras de servicio, y la seguridad en las estaciones, sobre todo de trenes y colectivos es una amenaza latente. Sin embargo, los que no utilizan los medios públicos de transporte, tampoco quedan exentos de la tediosa acción de moverse por la ciudad. En el tráfico, las calles y autopistas toman la forma de una botella y cada vez hay más coches.
Los problemas de los “porteños” no se van a solucionar con medidas a corto plazo, como el nuevo carnet de conducir por puntos, o los carriles exclusivos, entre otros. Mejorar un país que fue adquiriendo problemas golpe a golpe por malos gobiernos, requiere políticas sociales constantes, de largo plazo, que subsistan luego de los cuatro años de la presidencia de turno.
Capital Federal y las Provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, poseen sistemas de transporte y energía eléctrica, posibilidades laborales, educacionales, culturales y de salud, enormemente mayores, y hasta en algunos casos puntuales únicas, en comparación de las demás provincias. Capital Federal alberga 44 universidades entre nacionales y privadas, con gran variedad de carreras de grado y posgrado; la provincia de Buenos Aires 20; la provincia de Córdoba 4; la de Santa Fe, Santiago del Estero y San Juan 2; el resto de las provincias tienen una sola universidad, a excepción de las provincias de Río Negro y Tierra de Fuego que no poseen. Los hospitales, clínicas e institutos de medicina se reparten con similar desigualdad sobre todo en los casos más específicos. En definitiva, la Capital Federal termina representando el único camino hacia los sueños laborales, culturales o las urgencias médicas para las personas del interior. Nuestro país se ve infectado por un grave unitarismo que nos perjudica a todos, y algunas de las consecuencias, son las detalladas anteriormente.
La olvidada ciudad de Viedma, Capital de la provincia de Río Negro, tiene la mitad de población que ciudades como Necochea, Tres Arroyos o Tandil, todas del interior de la provincia de Buenos Aires. Y esto se debe, a lo aisalada que se encuentra del sistema federal.
Terminar con el unitarismo y hacer crecer a las provincias más olvidadas, representa la última hoja de la agenda gubernamental, y es sin duda la mejor solución para terminar o disminuir no solo los problemas cotidianos porteños. Sino también aumentar los índices de alfabetización y estudios universitarios (en una época comparables con Francia), disminuir los de pobreza e indigencia y acortar las distancias geográficas y socioeconómicas entre provincias.
Por Bruno M. Bordonaba