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viernes, 28 de noviembre de 2008

Estado, cultura y mercado en Argentina

Advertencia al lector
Voy en contra de los que creen que no se pueden colgar post "largos" en los blogs, y haciendo lo contrario, combato la tendencia a caer el la liviandad y el poco compromiso con los temas, como frecuentan caer algunos blogs.
En el siguiente artículo se desarrollan argumentos y se citan a diferentes autores que opinan sobre la excepción cultural. Un tema que genera muchas controversias, y por ende va a despertar opiniones contrapuestas entre los lectores. Antes que nada, es necesario aclarar que cuando se habla de excepción cultural, se habla del papel interventor que tiene el Estado en la cultura nacional. Ya sea brindando facilidades a ciertos artistas (mediante subsidios, créditos blandos, etc.), o hasta aplicando aranceles, penalizando o censurando distintas manifestaciones culturales. Las posiciones que puede tomar el Estado como regulador de la cultura, despierta entre los agentes sociales diferentes posturas, que se desarrollan dentro de dos corrientes ideológicas bien definidas. Quienes creen en un liberalismo absoluto, es decir dejar a la cultura totalmente expuesta al libre desarrollo del mercado, o quienes optan por un completo intervencionismo estatal.
Los argumentos a favor o en contra de una postura específica son variados y muchas veces contradictorios. Entre los defensores de la excepción cultural, las principales explicaciones ideológicas que se escuchan son: que el Estado debe intervenir para proteger la identidad cultural nacional de un mercado imperialista, el cual, censura productos culturales por no cumplir los requisitos del lucro y la redituabilidad necesarios que él mismo exige. Por otra parte, los principales argumentos de los defensores del mercado yacen en la desconfianza que les genera quienes son los encargados de regular la cultura. Funcionarios burócratas, con sentimientos, pasiones y gustos, que pueden interferir peligrosamente en las delicadas decisiones que les otorga el Estado.
El siguiente trabajo hace un análisis constructivo del papel que debe adoptar el Estado frente a la cultura. Sin ahondar en los blancos o negros, el lector descubrirá una posición que defiende claramente las culturas nacionales, aunque sin entrar en un terreno en contra del mercado. Es decir, no ver la relación cultura-mercado como antónimos, sino como agentes que se complementen para esquivar las peligrosas manos de los extremistas, Pro-Estado o Pro-mercado.

Realidad y corrientes ideológicas

Como se explicitó en la introducción, la excepción cultural pone en relieve dos corrientes ideológicas bien definidas y sumamente opuestas. Antes de familiarizarse con cualquiera de ellas, es preciso recalcar la realidad actual de la cultura y el mercado, y por supuesto, la relación entre cada uno de estos actores.
Hablar de industrias culturales, ya no hace mención a un país o una nación específicas. Y evidentemente, tampoco se puede hablar en forma concreta de identidad cultural. Sobre todo en países de Sudamérica, en los que la “identidad cultural” es una mezcla de ingredientes de importaciones occidentales, que fueron inculcados, en parte por los inmigrantes y en parte por los caprichos de las elites sociales nativas. Mirar las fachadas de las casas y edificios del centro porteño, nos traslada en cierta forma a Francia, Inglaterra o España. A pesar de todo, las sociedades latinoamericanas han sabido colocar su sello, y por ende, hacer surgir producciones culturales con influencias europeas y latinoamericanas, que sin ninguna duda, deben considerarse como representaciones culturales que caracterizan a las naciones.
Luego de esta breve reseña histórica, está claro que la dominación y la imposición cultural no es algo nuevo, ni fue siempre impulsada por el mercado. Sino por las clases dominantes, las elites sociales que hacían culto al autoritarismo y a sus propios intereses sectoriales. Hoy, los defensores de la excepción cultural acusan al mercado de que sus decisiones sobre los productos culturales se hacen desde el autoritarismo y los intereses sectoriales, bajo conductas invasivas que atacan las culturas nacionales y las fuerzan a su desaparición. Y es más que importante destacar que este argumento está fundado de cierta manera en una realidad. José Luis Castiñeira de Dios, músico y director de orquesta argentino, en un congreso sobre cultura, citó un testimonio muy peculiar de un importante personaje de la industria cultural del cine:

“…Hace algunos años, Jack Valenti, que fue director de la Motion Pictures, que es el organismo comercializador de la cinematografía estadounidense, dijo en una entrevista realizada en Paris que la cinematografía estadounidense tenía el 90% del mercado mundial. Un periodista francés le preguntó: -Y con ese nivel de desarrollo, ¿qué más pretenden?-. Valenti lo pensó, sonrió y exclamó: -¡El 100 por ciento! Queremos que todo el cine sea norteamericano…”


La realidad actual de las industrias culturales muestra que la producción está sumamente concentrada. En Latinoamérica y países que no son potencias, las industrias culturales no existen o son auténticas PYMES, con pocas oportunidades de producción y difusión. En la mayoría de los casos los artistas están obligados a depender de empresas transnacionales para trascender sus obras a nivel internacional.
Los Estados más afectados por los efectos del mercado, realizan constantemente políticas intervencionistas que preserven las industrias culturales nacionales. En nuestro país el cine, el teatro, el patrimonio y el libro son regulados por el Estado, aunque no sólo mediante la Secretaría de Cultura de la Nación. Hay instituciones que también intervienen en las industrias culturales, como por ejemplo el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales), o las empresas que se encargan de hacer respetar los derechos del autor en la música, como SADAIC o ARGENTORES. Las decisiones de estos organismos muchas veces generan contradicciones, y son acusadas de violar los límites de la expresión pública, fijados por la censura. Al respecto, Mario Vargas Llosa, vuelca su poder de ironía en el siguiente análisis:

“…como el público en general es tan poco sutil y riguroso a la hora de elegir los libros, las películas, los espectáculos, y sus gustos en materia de estética son execrables, es preciso orientarlo en la buena dirección, imponiéndole, de una manera discreta y que no parezca abusiva, la buena elección. ¿Cómo? Penalizando a los malos productos artísticos con impuestos y aranceles que los encarezcan, por ejemplo, o fijando cupos, subsidios y rentas que privilegien a las genuinas creaciones y releguen a las mediocres o nulas. ¿Y quiénes serán los encargados de llevar a cabo esa delicadísima discriminación entre el arte integérrimo y la basura? ¿Los burócratas? ¿Los parlamentos? ¿Comisiones de artistas eximios designadas por los ministerios? El despotismo ilustrado versión siglo veintiuno, pues…”


La anterior reflexión del gran escritor latinoamericano es algo extremista, aunque tampoco deja de estar fundada, de cierta manera en la realidad. En nuestro país, la industria del cine está altamente subvencionada, ya que de lo contrario, la concentración de este mercado haría imposible que existieran películas argentinas. El fondo para los subsidios, parte los otorga el Estado, y parte son de un arancel al 10% de las ganancias, que se le cobra a determinados cines. Además, el INCAA creó una ley llamada “cuota de pantalla”, en la cual se le exige a todos los cines de la nación que proyecten cuatro películas nacionales por cada pantalla, y se las coloque en cartelera durante dos semanas. La paradójica imposición del Estado en la libre elección del público, es vista por Sebastián Valenzuela, gerente comercial del Village Cines, de la siguiente manera:

“… Forzar a que se exhiban películas que puedan no resultar atractivas al público puede ser contraproducente para la industria argentina… […]… Si la gente puede elegir lo que quiere ver, y encuentra atractivo en las películas, va a ir más al cine. Y cuanta más gente vaya al cine, el INCAA recaudará más fondos debido a que el 10% de cada entrada se destina al otorgamiento de créditos y subsidios a los productores nacionales. Como consecuencia de esto, se pueden financiar la producción de mayor cantidad de películas argentinas…”


En síntesis, este argumento muestra una gran contradicción. El INCAA, obliga la exhibición de películas nacionales sin importar la calidad de las mismas. Consecuentemente, si la película es mala, o tiene poca difusión, va a llamar menos la atención del público, que va a concurrir menos a ver películas. Si el público deja de ir al cine, el INCAA va a recaudar menos dinero para el desarrollo del cine argentino. La relación cultura-mercado, se torna contradictoria cuando el Estado intenta imponerse por sobre los gustos del público, quienes mantienen viva dicha relación.

Cultura-mercado y el público
Paradójicamente, en esencia ambas corrientes ideológicas tratan de evitar lo mismo, la censura de los productos culturales. Ambas, desde sus convicciones, lo cual hace muy difícil situarse en una postura específica.
Que el público disfrute de un buen libro, una buena película, una magnífica pintura no depende ni del mercado ni del Estado, depende de talentos individuales nacidos en cada nación. Talentos que crean vanguardias, movimientos, corrientes de expresiones que les dan significado a ciertos países. Esos son los verdaderos intereses y objetivos de las producciones culturales. El hecho de expresarse, de hacer públicas representaciones culturales individuales, ancladas en ciertos valores estéticos e intelectuales, que si bien delimitan las fronteras de un país, deben llegar a todo el mundo. Esto último es por lo que entendemos que una cultura tiene que ser universal, porque tiene que estar al alcance de todos, sin censuras ni preferencias. Sin embargo, muchos hablan de “cultura universal”, como medio para justificar el imperialismo. Tal es el caso de Vargas Llosa, que nos da a entender que la cultura universal, es como tal, porque no pertenece a ninguna parte, es de todos (dos conceptos muy diferentes que mezcla el escritor):

“…Si la misma idea de nación -un concepto decimonónico que ha perdido estabilidad y aparece cada vez más diluido a medida que las naciones se van integrando en grandes mancomunidades- resulta en nuestros días bastante relativo, la de una cultura que expresaría la esencia, la verdad anímica, metafísica, de un país, es una superchería de índole política que, en verdad, tiene muy poco que ver con la verdadera cultura y sí, en cambio, con aquel "espíritu de la tribu" que, según Popper, es el gran lastre para alcanzar la modernidad…”


Que el 90% del mercado del cine sea estadounidense es una actitud imperialista. No se está universalizando una cultura, se están suplantando unas producciones culturales rentables, por otras que no lo son tanto, las cuales corren peligro de extinción. Mario Vargas Llosa, luego de hablar de un concepto que no compartimos ideológicamente, vuelve justificar su posición de dejar a la cultura sometida al libre juego de oferta y demanda, argumentando en lo antidemocrático que resultaría un intervencionismo estatal:

“…No pongo en duda las buenas intenciones de los políticos que, con variantes más de forma que de fondo, esgrimen estos argumentos en favor de la excepción cultural; pero afirmo que, si los aceptamos y llevamos a su conclusión natural la lógica implícita en ellos, estamos afirmando que la cultura y la libertad son incompatibles y que la única manera de garantizar a un país una vida cultural rica, auténtica y de la que todos los ciudadanos participen es resucitando el despotismo ilustrado y practicando la más letal de las doctrinas para la libertad de un pueblo: el nacionalismo cultural…”


Si dejamos que el mercado se encargue de proporcionarnos la cultura. Con sus cupos horarios, sus rentabilidades, su concentración, sus intereses de sector, sus publicidades que generan modas, con su poder de difusión y por ende de convencimiento social, ¿acaso no es esto sumamente antidemocrático y despótico? Analicemos un caso hipotético: ¿Qué sucedería si un productor quiere plasmar la cultura mapuche en una película?, lo cual seguramente está lejos de ser el ideal de película que prefiere el mercado (éste preferiría "Un chiguagua en Beverly Hills”). Evidentemente, la película no tendrá lugar en ese agente tan particular y con tantos requisitos de ingreso. Estaríamos obligados a consumir un único tipo de producción cultural, la que más se asemeja a las características mercantiles. La siguiente cita, de un texto de Fernando Trueba, hace valer mi argumentación:

“…para que la libertad de elección del espectador exista hace falta primero que exista una oferta variada, que exista otro cine, y no sólo el de las grandes compañías americanas que controlan prácticamente todo el mercado audiovisual…”


Creo que se dejó en claro que el mercado tiene intereses diferentes, a los que consideramos primordiales en una producción cultural. Sin embargo, es importante destacar que, de forma contraria, un intervencionismo excesivo, puede limitar en la sociedad el consumo de producciones culturales extranjeras muy ricas. Por lo que estaría yendo en contra de mi argumento que la cultura es universal porque es para todos, no como cree Vargas Llosa, que es universal porque no tiene raíces ni distingue fronteras.
Desconcentrar al mercado es completamente utópico, y dar soluciones utópicas no es el sentido de este trabajo. Como ya se le advirtió al lector en la introducción, no vemos a la relación cultura-mercado como antónimos. Para que realmente no sea así, es porque ambos agentes se tienen que complementar. La excepción cultural debe servir para otorgar subsidios, créditos blandos y demás facilidades a los artistas, para que estos aumenten la calidad y difusión de sus producciones culturales. Es decir, que el Estado tiene que brindar las condiciones necesarias, para que los productos culturales nacionales sean cada vez más competitivos en el mercado. Para esto, es sumamente importante que el Estado no intervenga directamente sobre el gusto del público. La libre elección es fundamental para que no se violen los límites de la libre expresión. Sebastián Valenzuela, vuelve a referirse al público, cuando el Estado interviene en la cultura:

“…Cuando se dice que el mercado no ve cine argentino, en realidad están reclamándole a la gente que no está defendiendo la cultura del país por haber elegido ver una película extranjera en lugar de una argentina. Sin embargo, estamos convencidos de que en cada elección de la gente no hay banderas: el público disfruta mucho de películas argentinas al igual que de otras extranjeras…”


Somos fieles partidarios que en la elección del público “no hay banderas”. Si el público elige películas norteamericanas, por más chabacanas que puedan considerarse algunas elecciones, es porque éstas son de mejor calidad que otras producciones. Es decir, son superproducciones, con más financiamiento, más capital invertido y sobretodo con mayor difusión. Esto último es más que fundamental para formar el gusto del público, es una herramienta de manipulación. Si la excepción cultural, sirve para imponer películas nacionales de mala calidad y con poca publicidad, pues no sirve de nada. Vuelvo a repetir, la excepción cultural tiene que mejorar la calidad y difusión de las producciones culturales, de tal manera se logrará que éstas se posicionen mejor en el mercado. Así, el público elegirá las películas argentinas porque realmente son buenas producciones culturales, no por una ley despótica.

Conclusión y asuntos pendientes en la cultura
En este trabajo quedó plasmado que los límites del liberalismo, o del intervencionismo extremo, se dan cuando aparece la imposición. Ninguno de estos sistemas en su pureza garantiza que esto no aparezca, y consecuentemente, que no derive en censura y autoritarismo. Hay que dejar de ver la relación cultura-mercado como un antagonismo o como agentes opuestos, y sobre todo dejar al público exento de esta función. Respetar el libre albedrío, y por ende proteger los productos culturales nacionales desde su calidad y su difusión, no desde el despotismo.
Es importante tratar este tema, porque la cultura es lo que le da vida a las naciones. Les pone nombre y apellido y enriquece no solo a la nación, sino al mundo entero que la puede disfrutar. La cultura no se cuida sola, como afirman algunos extremistas, hay que ayudarla, el Estado como regulador, y el público como consumidor crítico, no un simple consumista que absorbe publicidad.En alguna parte del trabajo se nombró que muchas veces, las películas más vistas (como casi todas las industrias culturales), son burdas, chabacanas o de bajo nivel cultural. Lo mismo sucede con la televisión y los medios de comunicación masiva. Cada una “Caras y Caretas”, hay una “Paparazzi”, una “Pronto”, una “Semanario”, y la lista se puede hacer muy extensa. Lo mismo sucede con “Bailando por un sueño”, que a su vez se ramifica en muchísimos más programas que se dedican a repetirlo. De ninguna forma puede el Estado, desde una posición totalitaria, suspender o cobrar aranceles a los programas que el público cataloga de chabacanos, pero sin embargo, son los más vistos. En estos casos la excepción cultural tiene que partir de la formación ciudadana, formar ciudadanos cultos, críticos y no consumistas sin parámetros. Y en este punto estamos de acuerdo con Mario Vargas Llosa cuando dice que la educación tiene que ser la mejor herramienta de la excepción cultural. La que tiene que mostrar otras alternativas de consumo, para que el abanico cultural sea siempre más amplio, y las elecciones se hagan más democráticamente.
Por Bruno M. Bordonaba

miércoles, 29 de octubre de 2008

De herencia a... ¿identidad cultural?

Hay que preservar la identidad cultural nacional. Cuando el Estado interviene en estas cuestiones, y protege a la industria cultural del mercantilismo imperialista y censurador, siempre hace eco de esta primera frase: hay que preservar la identidad cultural nacional.
Entre más acuerdos que desacuerdos que tengo con la excepción cultural, este argumento en particular, es sumamente difuso y relativo. ¿Qué música escucharía una persona con identidad cultural nacional? ¿Mercedes Sosa, Charly García, León Gieco?, o quizás ¿Papo, Almafuerte y Sumo? Algunos también preferirán a José Larralde, Atahualpa Yupanqui, Los Chalchaleros; otros seguirán escuchando viejos temas de Gardel, Discépolo y Goyeneche; y hasta hay quienes creen que no hay nada más autóctono que Damas gratis o Los pibes chorros. Y a pesar de la heterogeneidad de prácticas culturales en estos casos arquetípicos, todos se visten de identidad cultural nacional.
Haciendo un análisis más detallado, la cosa se pone más confusa. El primer grupo pertenece al Rock and Roll, que tiene sus orígenes en Inglaterra, y el segundo grupo es de una derivación más heavy del mismo género, lo cual tiene sus cimientos en Norteamérica, más bien en Estados Unidos. Ni siquiera el folklore tiene raíces en América; la zamba, el carnavalito, el pericón, son fusiones de otros ritmos más antiguos que ya se bailaban y escuchaban en España y algunos sectores de Europa. Sin duda el Tango despierta un fuerte sentimiento de argentinidad, sobre todo porque su historia se fue forjando paulatinamente en Buenos Aires, (Un argumento a favor de Sarmiento, que de antes que existiera el Tango, ya afirmaba que más que cultura nacional, hay cultura Rioplatense) antes de penetrar en países limítrofes o el mundo. Aunque si bien su gestación fue en Argentina, el detonante de su conformación fue por influencia de inmigrantes Europeos, sobre todo desde Alemania, de donde se heredó el bandoneón. Por último, la “cumbia villera”, un género de dudoso origen, que tiene influencias colombianas, caribeñas (de allí la fusión con el reggaeton), y hasta estadounidenses, ya que se mezclan sonidos de rap y hip hop.
En las demás industrias culturales, hablar de identidad suena también difuso. En la década del ’40 y ’50, la Argentina era una especie de Hollywood latinoamericano, sus películas eran muy vistas sobre todo en Chile, Perú, México, Cuba y Centroamérica. De todas maneras, los primeros experimentos en el cine se hicieron primero en Inglaterra y luego en Estados Unidos, que actualmente concentra con sus productos el 80% de las ventas en el mercado. Por lo que tampoco se puede hablar de esta industria como identidad cultural.
Los edificios más antiguos de nuestro país, los reconocidos como patrimonio histórico que le dan identidad a la urbe, son en su mayoría de arquitectos franceses o ingleses. Sobre todo el primer país, fue el más influyente no solo en esta rama de la cultura, sino también en la moda y en la literatura, hasta la querida revolución del boom latinoamericano.
El asado, el locro y el mate también lo disfrutan los uruguayos. La cultura mapuche, la de los querandíes, tehuelches, etc., no sobrevivió a los genocidios, arrebatos y desprecios que copiamos de la corona española. Y es esta en realidad nuestra identidad cultural, (aunque no sea la que nos representa hoy), es la que creció en esta tierra, y no se heredó ni se aclamó de nunguna parte.
Por otro lado, Argentina no sufrió lucha de clases, ni una revolución burguesa. La “identidad cultural nacional”, en realidad es una mezcla de ingredientes de origen occidental que recibimos, por un lado de los barcos de inmigrantes, y por otro de los caprichos de las elites sociales criollas. ¿Se puede llamar acaso "identidad", a algo que fue impuesto por sectores dominantes?. En menos de dos siglos de historia hay que hablar de cultura nacional, y de protección a los magníficos representantes de nuestra cultura de los dientes de la concentración cultural, que adopta una forma mercantil antes que de expresión personal. No podemos meternos en el terreno de la identidad, la cual es sumamente relativa si se la compara con países fundantes de movimientos culturales, o países que absorbieron dichos movimientos, como casi toda Sudamérica.
Por Bruno M. Bordonaba

martes, 16 de septiembre de 2008

Ese maldito escuadrón de nuestro populismo mundial

Sin duda esta es una nota que se alojaría mejor en la sección “un café con Dios”, por lo indignante de la cuestión y por el “remar contra la corriente” que representaría un cambio de pensamiento, lo digo con total seguridad, en más de la mitad del país, acerca del tema que voy a tratar.
Con motivo del Bicentenario de la patria, la Argentina va a tener el honor de ser parte de uno de los eventos culturares más importantes a nivel mundial, la Feria de Frankfurt del 2010. Un encuentro de la industria editorial en la que participan 7200 expositores de 100 países y la Argentina ese año será la “invitada especial”. Un país latinoamericano, que al igual que toda América tiene una historia escrita con sangre de saqueo, arrebato y desprecio de su cultura por no ser acorde a la de la “elite”, y que aún sufre el aplastamiento y sustitución de su cultura por herencia extranjera a causa del imperialismo, tendrá en el 2010, fecha del Bicentenario de la Patria, la posibilidad de mostrar a los ojos del mundo, en la “cuna de la elite cultural” sus más altos exponentes del género literario.
Para la ocasión, la Sra. Presidente Cristina Fernández decidió que la exposición se proyecte en torno a aquellas figuras del extenso abanico cultural que resalten el ser nacional, el sentimiento de argentinidad, o más bien aquellos nombres que se vomitan de manera automática y por asociación cuando decimos “Argentina” en el extranjero. Estos nombre son: Diego A. Maradona, Eva Duarte de Perón, más conocida como “Evita”, Carlos Gardel y Ernesto “Che” Guevara.
Si bien no termino de comprender bien, por qué Maradona es la figura de un evento literario, no caben dudas que de todos los elegidos, es el que agrupa de forma más masiva el sentimiento nacional, por lo que significa ser el futbolista más grande de todos los tiempos en un país tan futbolero, que aún se le pone la “piel de gallina” cuando revive aquel gol que Diego le convirtió a la selección de Inglaterra en el mundial de México ‘86, a tan solo dos años de haber perdido la nefasta guerra de Malvinas.
“Evita” y el “Che” son los elegidos más controversiales de todos, ambos despertando sentimientos extremadamente opuestos en el pueblo argentino. Evita, en el día de su muerte, por un lado, no hubo un rincón del país en el cual alguien no haya derramado una lágrima por la ella (también es imposible que no se ponga la “piel de gallina” cuando vemos imágenes o videos de ese momento, y las masas que movilizaba la llamada “abanderada de los pobres”) y de la vereda opuesta, se había puesto de moda una de las peores frases de nuestra historia: “que viva el cáncer”. Respecto al “Che”, pocos de los que usan una remera con su cara, saben siquiera porqué luchó y murió. Se ha transformado en el personaje más estereotipado y favorito del marketing y el marchandacing. Nada aportó a nuestro país más que herencias de poderosos y jóvenes ideales que se fueron desdibujando con el tiempo y se los fue comiendo la moda y el oportunismo.
En tanto a Carlos Gardel, primero tendría que aclarar, que desde mi punto de vista, es un personaje que representa más a la bohemia porteña rioplatense, que a la argentinidad en sí, aunque es solamente un punto de vista. La realidad es que a comparación con los demás elegidos, es el que más se asemeja con la cultura argentina, por lo que representa el tango en nuestro país.
Lo concreto, es que es ridículo que en un evento de literatura no haya escritores. Es paupérrimo que a la hora de elegir representantes de nuestra cultura, se opte siempre por el repetido escuadrón del populismo mundial, que pareciese adaptarse perfectamente a cualquier situación, en vez de por la cultura es sí. Dejando en un segundo plano figuras como: Julio Cortazar, Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Rodolfo Walsh, Manuel Puig, Héctor Oesterheld, Osvaldo Soriano, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, José Hernández, Esteban Echeverría, Domingo F. Sarmiento, Juan B. Alberdi, Mariano Moreno entre muchos otros, todos íconos de la cultura argentina y latinoamericana.
A nivel nacional, ya se respira cada vez más fuerte el frívolo aire del desinterés cultural en la población, y las principales causas son, primero la pobreza, la indigencia y el bajo nivel educativo, que hoy lo recibimos de forma naturalizada desde la década del ‘90. Luego la decadencia mediática que absorvemos todos los días. A nivel internacional, si en eventos como este, no tomamos en cuenta a quienes realmente hicieron algo por la cultura de este país, definitivamente ya empezamos a inclinar la cabeza hacia abajo, y a sentir cada vez de más cerca el frío del suelo. Y para ello contamos con todo el apoyo del poder ejecutivo.

Por Bruno M. Bordonaba