martes, 9 de diciembre de 2008

Del Asociacionismo al Corporativismo


En 1857 se crea en Buenos Aires la primera organización obrera del país, la Sociedad Tipográfica Bonaerense. Esta primera forma de asociación obrera es consecuencia de la masiva ola de inmigrantes proveniente de Europa, italianos y españoles en su mayoría, que venían con aires socialistas y anarquistas producto de las revueltas sociales y políticas que aquejaban al viejo continente.
Claro está que ya nada queda de aquella organización, que respondía a los principios del asociacionismo promovido por los utilitaristas (liberales radicales) del siglo XVII y XVIII que creían que estas formas de asociación y organización daban lugar a una “escuela de de ciudadanía” (Tockeville, 1805-1859).
El número de gremios y sindicatos (en su forma originaria) fueron difundiéndose y aumentando su número a lo largo y a lo ancho del país, registrándose las primeras huelgas en la década del ’20 y del ’30.
Se podría decir que durante las primeras dos presidencias de Perón fueron parte de la base de poder del cual se sustentaba el gobierno, y tuvieron un papel fundamental a la hora de tomar decisiones públicas y políticas, por ejemplo para concretar la tan ansiada Reforma Constitucional de 1949. Reforma que escondía bajo los artículos de políticas sociales la reelección presidencial.
Tuvieron su gran devacle, siendo tal vez las instituciones más golpeadas, durante los últimos gobiernos de facto, a partir de 1976.
El retorno a la democracia fue significado de libertad y de expresión. Bienvenidas sean. Pero el decenio de los ’90 no hizo más que confundir y transformar esas libertades en un libertinaje barato sin control alguno por parte del Estado. Porque era justamente el Estado el que promovía la farándula política, mientras se cometían los mayores casos de corrupción de la historia, hasta ese momento.
Uno de los principios de toda organización gremial y/o sindical es la independencia y la autonomía total para con el Gobierno de turno. A partir de los ’90 se convirtieron en un brazo del menemismo, y actualmente del kirchnerismo, para concentrar más y más poder.
Reconozco que son muchos los casos en los que los trabajadores reciben grandes compensaciones y gruesos sueldos por sus trabajos. Y está muy bien. Pero cuando estos beneficios sólo encuentran como único objetivo la estadía en la cúpula del poder y la acumulación del mismo por parte de los dirigentes, dicha organización ha perdido sentido alguno. Se han convertido en corporaciones verticalistas, donde el trabajador ya no decide quién quiere que lo represente. Hay una dicotomía entre el dirigente sindical y el socio afín.
Ante el fallo histórico de la Corte Suprema de habilitar a "comunes" (personas no afiliadas a un sindicato) para poder llegar a ser elegidos como representantes de los trabajadores, cualquiera sea el sector, Hugo Moyano pareció despertar de su ensueño K al comprender lo que esto realmente significaba: perder más poder.
Hoy, y ante este acontecimiento histórico, los trabajadores tienen la posibilidad de hacerse escuchar y manifestarse a través de la elección de su representante gremial. Y recalco la magnitud de la decisión de la Corte, ya que no está obligado el poder judicial en hacer jurisprudencia en cuestiones políticas.
Un gobierno se renueva cada cuatro años, o como máximo puede gobernar unos ocho. Y de igual manera, la sociedad a la que representan y gobiernan no es ya estoica, sino que cambia continuamente.

Una gran masa de la sociedad, la obrera, va a comenzar a cambiar las reglas de juego. Y es algo en lo que, desde mi punto de vista, ni el gobierno ni los sindicalistas más poderosos están preparados para afrontar.

Por Juan I. Agarzúa
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juanagarzua@hotmail.com

martes, 2 de diciembre de 2008

Infamia, la urgencia de ser famoso


El avance de los medios de comunicación; el protagonismo que tomó en los últimos años la televisión, la radio, y el mundo de la publicidad en el seno de la familia; las nuevas opciones de manifestación pública que brinda Internet, son los hechos que han venido conformando en el imaginario colectivo una idea de ascenso social que prioriza la llegada a la fama, antes que la profesionalización, la escala laboral y/o intelectual. Se fue inculcando en grandes porciones de las clases medias sobretodo, la idea de asociar a la fama como una vía rápida de solución para todas las necesidades, indispensables y banales, que adquiere una persona de una sociedad moderna.
La constante exposición de figuras públicas, rodeados de lujos y comodidades, hacen parecer a la fama como un mundo que excede los asuntos cotidianos, como levantarse temprano, tomar el colectivo, el tren o el vehículo particular para ir a trabajar, ganarse el sueldo para satisfacer las necesidades básicas y en cuasi segundo plano las necesidades del ocio y el divertimento. La esfera pública es vista como una burbuja de fertilidad, inmersa pero distante de la podredumbre. Y sobretodo, esta idealización de la fama, oculta la realidad de la esfera pública, que es también gente que se levanta temprano, toma el colectivo, tren o vehículo particular para ir a trabajar y ganar dinero para satisfacer sus necesidades.
La constante urgencia de las personas por caminar los pasillos de la fama, es satisfecha muchas veces con una fama ficticia. Me refiero a los fotologs, los flickr, etc., que crean un mundo de frivolidad, donde se exponen solo rostros y cuerpos, y cada firma es una caricia al ego de los dueños de las bitácoras. Permiten vivir en un mundo virtual y perfecto, donde quienes suben las fotos, son “famosos” por cualidades natas, no se premia ni la inteligencia, ni el trabajo, el estudio, el arte, y hasta ni siquiera la belleza.
Los fotologs además, tuvieron tanto impacto en jóvenes que hasta crearon una tendencia, los “floggers”, que son los habitantes de ese mundo de virtualidad y perfección. Lo cual beneficia a las empresas que brindan los servicios como fotolog o flickr, que les permiten lucrar con la urgencia de los individuos por construir su propia esfera pública, en la cual ellos son los famosos, y los firmantes sus admiradores.
La otra forma de acceso fácil y rápido a la fama es también satisfecha por las instituciones que lucran en base a este sentimiento de escape a los problemas cotidianos. Son los reality shows, y los programas de escándalo o mal llamados de espectáculos. Nuevamente la gente puede acceder, algunos más fugazmente que otros, a la fama por hacer nada. Mejor dicho, por hacer lo que hacemos todos, levantarse, comer, hablar por hablar, pelearse con amigos o con su pareja, reconciliarse con amigos o con su pareja, etc. En los reality shows sobretodo, se premia la traición y la mentira. La infamia se presenta como un posible camino a la fama.
Esta creciente tendencia multiplica sus consecuencias. No solo que se crea una esfera pública más burda y chabacana, sino también, se cultiva en la sociedad la apatía por los asuntos que realmente importan y se priorizan cuestiones que deberían ser secundarias. Ciertos sectores de la sociedad se ven ajenos a la política y a los cambios sociales, y la única actividad cívica que les compete es la de meter un sobre a una urna cada cuatro años.
La política no la hacen los políticos, la hacemos todos, como la hicimos en el 2001, la sociedad y la política no son agentes separados. Seguimos siendo víctimas de una estrategia de artificio y farandulización de la política, impulsada desde los `90. Ordenar las prioridades es ordenarse como ciudadano, como miembro de una sociedad políticamente democrática, característica que nos da el poder de hacer valer las voluntades populares. En tanto y en cuanto no seamos conciente de lo que nos pasa, y no hagamos notar que somos concientes de los que nos pasa, nos dejamos a merced de los opresores, los que mataron a San Martín, a Belgrano, y a Mariano Moreno entre otros. ¡Que no haga falta otro 2001 para que reaccionemos!

Por Bruno M. Bordonaba