viernes, 28 de noviembre de 2008

Estado, cultura y mercado en Argentina

Advertencia al lector
Voy en contra de los que creen que no se pueden colgar post "largos" en los blogs, y haciendo lo contrario, combato la tendencia a caer el la liviandad y el poco compromiso con los temas, como frecuentan caer algunos blogs.
En el siguiente artículo se desarrollan argumentos y se citan a diferentes autores que opinan sobre la excepción cultural. Un tema que genera muchas controversias, y por ende va a despertar opiniones contrapuestas entre los lectores. Antes que nada, es necesario aclarar que cuando se habla de excepción cultural, se habla del papel interventor que tiene el Estado en la cultura nacional. Ya sea brindando facilidades a ciertos artistas (mediante subsidios, créditos blandos, etc.), o hasta aplicando aranceles, penalizando o censurando distintas manifestaciones culturales. Las posiciones que puede tomar el Estado como regulador de la cultura, despierta entre los agentes sociales diferentes posturas, que se desarrollan dentro de dos corrientes ideológicas bien definidas. Quienes creen en un liberalismo absoluto, es decir dejar a la cultura totalmente expuesta al libre desarrollo del mercado, o quienes optan por un completo intervencionismo estatal.
Los argumentos a favor o en contra de una postura específica son variados y muchas veces contradictorios. Entre los defensores de la excepción cultural, las principales explicaciones ideológicas que se escuchan son: que el Estado debe intervenir para proteger la identidad cultural nacional de un mercado imperialista, el cual, censura productos culturales por no cumplir los requisitos del lucro y la redituabilidad necesarios que él mismo exige. Por otra parte, los principales argumentos de los defensores del mercado yacen en la desconfianza que les genera quienes son los encargados de regular la cultura. Funcionarios burócratas, con sentimientos, pasiones y gustos, que pueden interferir peligrosamente en las delicadas decisiones que les otorga el Estado.
El siguiente trabajo hace un análisis constructivo del papel que debe adoptar el Estado frente a la cultura. Sin ahondar en los blancos o negros, el lector descubrirá una posición que defiende claramente las culturas nacionales, aunque sin entrar en un terreno en contra del mercado. Es decir, no ver la relación cultura-mercado como antónimos, sino como agentes que se complementen para esquivar las peligrosas manos de los extremistas, Pro-Estado o Pro-mercado.

Realidad y corrientes ideológicas

Como se explicitó en la introducción, la excepción cultural pone en relieve dos corrientes ideológicas bien definidas y sumamente opuestas. Antes de familiarizarse con cualquiera de ellas, es preciso recalcar la realidad actual de la cultura y el mercado, y por supuesto, la relación entre cada uno de estos actores.
Hablar de industrias culturales, ya no hace mención a un país o una nación específicas. Y evidentemente, tampoco se puede hablar en forma concreta de identidad cultural. Sobre todo en países de Sudamérica, en los que la “identidad cultural” es una mezcla de ingredientes de importaciones occidentales, que fueron inculcados, en parte por los inmigrantes y en parte por los caprichos de las elites sociales nativas. Mirar las fachadas de las casas y edificios del centro porteño, nos traslada en cierta forma a Francia, Inglaterra o España. A pesar de todo, las sociedades latinoamericanas han sabido colocar su sello, y por ende, hacer surgir producciones culturales con influencias europeas y latinoamericanas, que sin ninguna duda, deben considerarse como representaciones culturales que caracterizan a las naciones.
Luego de esta breve reseña histórica, está claro que la dominación y la imposición cultural no es algo nuevo, ni fue siempre impulsada por el mercado. Sino por las clases dominantes, las elites sociales que hacían culto al autoritarismo y a sus propios intereses sectoriales. Hoy, los defensores de la excepción cultural acusan al mercado de que sus decisiones sobre los productos culturales se hacen desde el autoritarismo y los intereses sectoriales, bajo conductas invasivas que atacan las culturas nacionales y las fuerzan a su desaparición. Y es más que importante destacar que este argumento está fundado de cierta manera en una realidad. José Luis Castiñeira de Dios, músico y director de orquesta argentino, en un congreso sobre cultura, citó un testimonio muy peculiar de un importante personaje de la industria cultural del cine:

“…Hace algunos años, Jack Valenti, que fue director de la Motion Pictures, que es el organismo comercializador de la cinematografía estadounidense, dijo en una entrevista realizada en Paris que la cinematografía estadounidense tenía el 90% del mercado mundial. Un periodista francés le preguntó: -Y con ese nivel de desarrollo, ¿qué más pretenden?-. Valenti lo pensó, sonrió y exclamó: -¡El 100 por ciento! Queremos que todo el cine sea norteamericano…”


La realidad actual de las industrias culturales muestra que la producción está sumamente concentrada. En Latinoamérica y países que no son potencias, las industrias culturales no existen o son auténticas PYMES, con pocas oportunidades de producción y difusión. En la mayoría de los casos los artistas están obligados a depender de empresas transnacionales para trascender sus obras a nivel internacional.
Los Estados más afectados por los efectos del mercado, realizan constantemente políticas intervencionistas que preserven las industrias culturales nacionales. En nuestro país el cine, el teatro, el patrimonio y el libro son regulados por el Estado, aunque no sólo mediante la Secretaría de Cultura de la Nación. Hay instituciones que también intervienen en las industrias culturales, como por ejemplo el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales), o las empresas que se encargan de hacer respetar los derechos del autor en la música, como SADAIC o ARGENTORES. Las decisiones de estos organismos muchas veces generan contradicciones, y son acusadas de violar los límites de la expresión pública, fijados por la censura. Al respecto, Mario Vargas Llosa, vuelca su poder de ironía en el siguiente análisis:

“…como el público en general es tan poco sutil y riguroso a la hora de elegir los libros, las películas, los espectáculos, y sus gustos en materia de estética son execrables, es preciso orientarlo en la buena dirección, imponiéndole, de una manera discreta y que no parezca abusiva, la buena elección. ¿Cómo? Penalizando a los malos productos artísticos con impuestos y aranceles que los encarezcan, por ejemplo, o fijando cupos, subsidios y rentas que privilegien a las genuinas creaciones y releguen a las mediocres o nulas. ¿Y quiénes serán los encargados de llevar a cabo esa delicadísima discriminación entre el arte integérrimo y la basura? ¿Los burócratas? ¿Los parlamentos? ¿Comisiones de artistas eximios designadas por los ministerios? El despotismo ilustrado versión siglo veintiuno, pues…”


La anterior reflexión del gran escritor latinoamericano es algo extremista, aunque tampoco deja de estar fundada, de cierta manera en la realidad. En nuestro país, la industria del cine está altamente subvencionada, ya que de lo contrario, la concentración de este mercado haría imposible que existieran películas argentinas. El fondo para los subsidios, parte los otorga el Estado, y parte son de un arancel al 10% de las ganancias, que se le cobra a determinados cines. Además, el INCAA creó una ley llamada “cuota de pantalla”, en la cual se le exige a todos los cines de la nación que proyecten cuatro películas nacionales por cada pantalla, y se las coloque en cartelera durante dos semanas. La paradójica imposición del Estado en la libre elección del público, es vista por Sebastián Valenzuela, gerente comercial del Village Cines, de la siguiente manera:

“… Forzar a que se exhiban películas que puedan no resultar atractivas al público puede ser contraproducente para la industria argentina… […]… Si la gente puede elegir lo que quiere ver, y encuentra atractivo en las películas, va a ir más al cine. Y cuanta más gente vaya al cine, el INCAA recaudará más fondos debido a que el 10% de cada entrada se destina al otorgamiento de créditos y subsidios a los productores nacionales. Como consecuencia de esto, se pueden financiar la producción de mayor cantidad de películas argentinas…”


En síntesis, este argumento muestra una gran contradicción. El INCAA, obliga la exhibición de películas nacionales sin importar la calidad de las mismas. Consecuentemente, si la película es mala, o tiene poca difusión, va a llamar menos la atención del público, que va a concurrir menos a ver películas. Si el público deja de ir al cine, el INCAA va a recaudar menos dinero para el desarrollo del cine argentino. La relación cultura-mercado, se torna contradictoria cuando el Estado intenta imponerse por sobre los gustos del público, quienes mantienen viva dicha relación.

Cultura-mercado y el público
Paradójicamente, en esencia ambas corrientes ideológicas tratan de evitar lo mismo, la censura de los productos culturales. Ambas, desde sus convicciones, lo cual hace muy difícil situarse en una postura específica.
Que el público disfrute de un buen libro, una buena película, una magnífica pintura no depende ni del mercado ni del Estado, depende de talentos individuales nacidos en cada nación. Talentos que crean vanguardias, movimientos, corrientes de expresiones que les dan significado a ciertos países. Esos son los verdaderos intereses y objetivos de las producciones culturales. El hecho de expresarse, de hacer públicas representaciones culturales individuales, ancladas en ciertos valores estéticos e intelectuales, que si bien delimitan las fronteras de un país, deben llegar a todo el mundo. Esto último es por lo que entendemos que una cultura tiene que ser universal, porque tiene que estar al alcance de todos, sin censuras ni preferencias. Sin embargo, muchos hablan de “cultura universal”, como medio para justificar el imperialismo. Tal es el caso de Vargas Llosa, que nos da a entender que la cultura universal, es como tal, porque no pertenece a ninguna parte, es de todos (dos conceptos muy diferentes que mezcla el escritor):

“…Si la misma idea de nación -un concepto decimonónico que ha perdido estabilidad y aparece cada vez más diluido a medida que las naciones se van integrando en grandes mancomunidades- resulta en nuestros días bastante relativo, la de una cultura que expresaría la esencia, la verdad anímica, metafísica, de un país, es una superchería de índole política que, en verdad, tiene muy poco que ver con la verdadera cultura y sí, en cambio, con aquel "espíritu de la tribu" que, según Popper, es el gran lastre para alcanzar la modernidad…”


Que el 90% del mercado del cine sea estadounidense es una actitud imperialista. No se está universalizando una cultura, se están suplantando unas producciones culturales rentables, por otras que no lo son tanto, las cuales corren peligro de extinción. Mario Vargas Llosa, luego de hablar de un concepto que no compartimos ideológicamente, vuelve justificar su posición de dejar a la cultura sometida al libre juego de oferta y demanda, argumentando en lo antidemocrático que resultaría un intervencionismo estatal:

“…No pongo en duda las buenas intenciones de los políticos que, con variantes más de forma que de fondo, esgrimen estos argumentos en favor de la excepción cultural; pero afirmo que, si los aceptamos y llevamos a su conclusión natural la lógica implícita en ellos, estamos afirmando que la cultura y la libertad son incompatibles y que la única manera de garantizar a un país una vida cultural rica, auténtica y de la que todos los ciudadanos participen es resucitando el despotismo ilustrado y practicando la más letal de las doctrinas para la libertad de un pueblo: el nacionalismo cultural…”


Si dejamos que el mercado se encargue de proporcionarnos la cultura. Con sus cupos horarios, sus rentabilidades, su concentración, sus intereses de sector, sus publicidades que generan modas, con su poder de difusión y por ende de convencimiento social, ¿acaso no es esto sumamente antidemocrático y despótico? Analicemos un caso hipotético: ¿Qué sucedería si un productor quiere plasmar la cultura mapuche en una película?, lo cual seguramente está lejos de ser el ideal de película que prefiere el mercado (éste preferiría "Un chiguagua en Beverly Hills”). Evidentemente, la película no tendrá lugar en ese agente tan particular y con tantos requisitos de ingreso. Estaríamos obligados a consumir un único tipo de producción cultural, la que más se asemeja a las características mercantiles. La siguiente cita, de un texto de Fernando Trueba, hace valer mi argumentación:

“…para que la libertad de elección del espectador exista hace falta primero que exista una oferta variada, que exista otro cine, y no sólo el de las grandes compañías americanas que controlan prácticamente todo el mercado audiovisual…”


Creo que se dejó en claro que el mercado tiene intereses diferentes, a los que consideramos primordiales en una producción cultural. Sin embargo, es importante destacar que, de forma contraria, un intervencionismo excesivo, puede limitar en la sociedad el consumo de producciones culturales extranjeras muy ricas. Por lo que estaría yendo en contra de mi argumento que la cultura es universal porque es para todos, no como cree Vargas Llosa, que es universal porque no tiene raíces ni distingue fronteras.
Desconcentrar al mercado es completamente utópico, y dar soluciones utópicas no es el sentido de este trabajo. Como ya se le advirtió al lector en la introducción, no vemos a la relación cultura-mercado como antónimos. Para que realmente no sea así, es porque ambos agentes se tienen que complementar. La excepción cultural debe servir para otorgar subsidios, créditos blandos y demás facilidades a los artistas, para que estos aumenten la calidad y difusión de sus producciones culturales. Es decir, que el Estado tiene que brindar las condiciones necesarias, para que los productos culturales nacionales sean cada vez más competitivos en el mercado. Para esto, es sumamente importante que el Estado no intervenga directamente sobre el gusto del público. La libre elección es fundamental para que no se violen los límites de la libre expresión. Sebastián Valenzuela, vuelve a referirse al público, cuando el Estado interviene en la cultura:

“…Cuando se dice que el mercado no ve cine argentino, en realidad están reclamándole a la gente que no está defendiendo la cultura del país por haber elegido ver una película extranjera en lugar de una argentina. Sin embargo, estamos convencidos de que en cada elección de la gente no hay banderas: el público disfruta mucho de películas argentinas al igual que de otras extranjeras…”


Somos fieles partidarios que en la elección del público “no hay banderas”. Si el público elige películas norteamericanas, por más chabacanas que puedan considerarse algunas elecciones, es porque éstas son de mejor calidad que otras producciones. Es decir, son superproducciones, con más financiamiento, más capital invertido y sobretodo con mayor difusión. Esto último es más que fundamental para formar el gusto del público, es una herramienta de manipulación. Si la excepción cultural, sirve para imponer películas nacionales de mala calidad y con poca publicidad, pues no sirve de nada. Vuelvo a repetir, la excepción cultural tiene que mejorar la calidad y difusión de las producciones culturales, de tal manera se logrará que éstas se posicionen mejor en el mercado. Así, el público elegirá las películas argentinas porque realmente son buenas producciones culturales, no por una ley despótica.

Conclusión y asuntos pendientes en la cultura
En este trabajo quedó plasmado que los límites del liberalismo, o del intervencionismo extremo, se dan cuando aparece la imposición. Ninguno de estos sistemas en su pureza garantiza que esto no aparezca, y consecuentemente, que no derive en censura y autoritarismo. Hay que dejar de ver la relación cultura-mercado como un antagonismo o como agentes opuestos, y sobre todo dejar al público exento de esta función. Respetar el libre albedrío, y por ende proteger los productos culturales nacionales desde su calidad y su difusión, no desde el despotismo.
Es importante tratar este tema, porque la cultura es lo que le da vida a las naciones. Les pone nombre y apellido y enriquece no solo a la nación, sino al mundo entero que la puede disfrutar. La cultura no se cuida sola, como afirman algunos extremistas, hay que ayudarla, el Estado como regulador, y el público como consumidor crítico, no un simple consumista que absorbe publicidad.En alguna parte del trabajo se nombró que muchas veces, las películas más vistas (como casi todas las industrias culturales), son burdas, chabacanas o de bajo nivel cultural. Lo mismo sucede con la televisión y los medios de comunicación masiva. Cada una “Caras y Caretas”, hay una “Paparazzi”, una “Pronto”, una “Semanario”, y la lista se puede hacer muy extensa. Lo mismo sucede con “Bailando por un sueño”, que a su vez se ramifica en muchísimos más programas que se dedican a repetirlo. De ninguna forma puede el Estado, desde una posición totalitaria, suspender o cobrar aranceles a los programas que el público cataloga de chabacanos, pero sin embargo, son los más vistos. En estos casos la excepción cultural tiene que partir de la formación ciudadana, formar ciudadanos cultos, críticos y no consumistas sin parámetros. Y en este punto estamos de acuerdo con Mario Vargas Llosa cuando dice que la educación tiene que ser la mejor herramienta de la excepción cultural. La que tiene que mostrar otras alternativas de consumo, para que el abanico cultural sea siempre más amplio, y las elecciones se hagan más democráticamente.
Por Bruno M. Bordonaba

5 comentarios:

  1. Es interesante el escrito, pero me queda una duda: qué es lo que vos pensás. Al parecer no creés que ninguna de las dos fuentes, o pensamientos sean las que definan la realidad, y eso hace difícil la conjetura porque no se puede ser imparcial. Se puede hacer un análisis casi objetivo, pero hay una corriente que es claramente la impuesta y se pueden hacer mil análisis sobre ello, y no terminar en una conclusión.
    Creo que una aclaración concreta de cual es tu punto de vista no va a quitarle importancia al análisis que tan correctamente hacés.
    De allí partimos en la discusión.

    Un abrazo.

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  2. "...la excepción cultural tiene que mejorar la calidad y difusión de las producciones culturales, de tal manera se logrará que éstas se posicionen mejor en el mercado..."

    En síntesis, cultura-mercado no tiene que ser una relación de antónimos. La excepción cultural, es decir, el Estado mediante subvenciones y creditos blandos tiene que facilitar la producción y mejorar la calidad de las expresiones culturales y por ende, que estas obtengan mayor competividad en el mercado. De tal manera el público va a elegir las producciones culturales por su calidad, y no por una imposición del Estado, como por ejemplo lo es con la cuota de pantalla.
    SI EL ESTADO NO TIENE UN PAPEL BIEN DEFINIDO COMO REGULADOR DE LA CULTURA, DESDE MI PUNTO DE VISTA DEBE SER DE LA FORMA ANTERIOR, PUEDE CAER EN EL PAPEL DE CENSURADOR, COMO TAMBIÉN LO PUEDE SER EL MERCADO SI EL ESTADO NO INTERVIENE Y LE PONE LÍMITES. Creo que como cité anteriormente es la manera en la que debe proceder el Estado, la forma por como se debe dar la exceoción cultura, sobretodo porque se respeta la libre elección del público.

    El fragmento de "realidad y corrientes ideológicas" es meramente expositivo, la idea fue mostrar que si bien ambas corrientes ideológicas se fundan en cierta realidad, ambas son muy contradictorias y no tienen en cuenta otras realidades. La argumentación, y por ende lo que yo pienso está en el siguiente fragmento, y por supuesto en la primera parte y la conclusión.


    Si el tema de la excepción cultural te interesa, hacé clik en el link con el nombre de los autores citados en la nota. También podés buscar un articulo de Pierre Bourdieu tituldo: "mas ganancia menos cultura".

    Un saludo.

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  3. Que buen texto, creo que la idea solamente esta en ponerse un objetivo y cumplirlo de una manera verdadera, y comoda para con uno mismo
    Porque si nos encasillamos,
    en cualquier boceto ya creado,
    pecaremos de idiotas.
    bsos

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  4. en primer lugar, no sabes la satisfacción que me ha dado leerte el encabezamiento a favor de los 'post largos'.... ¡de puta madre! yo también me extiendo lo qe sea necesario, y es verdad que mucha gente lo critica, pero es que exponer una idea require una argumentación... cómo si no! Además, el que no quiera leerlo que no lo haga... Me uno plenamente a ti en ee sentido.

    Con repecto al post, hablas de la llamada 'cuota de pantalla', que en españa tenemos en varias modalidades (debido a que a la reservada para pelis nacionales hay que sumar en cataluña una parte para exhibidas en catalán.... etc) me parece que es una intervención por lo menos cuestionable. Yo me pregunto, ¿por qué no se crean verderos centros de enseñanza audiovisual, cinematografica, de arte dramático... etc? y se les ayuda y fomenta para que haya cineastas de calidad, actores de calidad y pèlis de caidad? y luego el empresario de las salas que exhiba la que quiera...
    ¿O es que entonces quitaríamos el privilegiado puesto a algún que otro 'artista' que copa los pocos medios para poder crear cine?

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  5. Mr. TAS: estamos de acuerdo, la excepción cultural tiene que servir para mejorar la calidad y difusión de productos culturales además de incentivar la producción. Por supuesto que los centros de enseñanza, la educación en sí, tiene que ser la primera herramienta de intervención del Estado en la cultura. No solo para formar un público culto y crítico, sino también autores, productores de calidad. De tal manera las producciones culturales se posiciorarían mejor en el mercado, y el público las eligiría por su calidad, no por leyes autoritarias. QUE MEJOR FORMA DE DEFENDER LA CULTURA NACIONAL Y PARALELAMENTE CREAR UN ESTADO DE GRAN DIVERSIDAD CULTURAL MEDIANTE EL INGRESO DE PRODUCCIONES EXTRANJERAS. A ESO LLAMAMOS QUE LA CULTURA ES UNIVERSAL PORQUE TIENE QUE SER DE TODOS, NO PORQUE NO TENGA RAÍCES.


    Un saludo.

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